NO ES SEXISTA LA LENCUA, SINO SU USO
El castellano, problematizado por el lenguaje inclusivo, pone en evidencia el uso sexista de la lengua, pero lo hace a costa de su propia eficacia como forma de comunicación. El teórico, editor y periodista español Alex Grijelmo, autor de libros como La gramática descomplicada, El genio del idioma o El estilo del periodista, plantea una valiosa reflexión y denuncia acerca del uso incorrecto del idioma.
El feminismo de hombres y mujeres que obran de buena fe ha progresado a costa del lenguaje, porque sus reivindicaciones constituyen un fin superior que no debe detenerse ante daños secundarios que ni causan víctimas ni son irreversibles.
Además, realmente no se pueden equiparar la protesta ante el abuso del feminismo en tal o cual palabra y la lucha frente a los maltratos, las vejaciones, la discriminación, la ocultación o los salarios que sufren las mujeres.
Así pues, situarse en la defensa del idioma supone, en la práctica, enfrentarse a la causa feminista y criticarla en ese terreno sería como censurar a los bomberos por usar sus hachas para derribar la puerta cerrada y salvar así a las víctimas que se hallan desvanecidas en el interior entre las llamas. Qué importa la integridad de la puerta si se trata de rescatar a seres humanos. Qué importa la integridad del idioma si se trata de una lucha justa.
Por tanto, se puede comprender y compartir esa corriente del feminismo que fuerza las palabras para lograr una conciencia general que a su vez consiga cambiar la situación; del mismo modo que no se criticaría a los bomberos en la tesitura referida… salvo que el portero del inmueble les hubiera dado una llave.
Con una llave, los bomberos seguirían allanando un domicilio sin permiso expreso de los dueños, pero en tal caso nadie juzgaría violenta esa acción.
El uso habitual del hacha contra la lengua ha llevado a muchas personas bienintencionadas a considerarla como un sistema construido por el varón, y por tanto masculino; y por tanto machista y discriminatorio. Se arroja así una sombra de rechazo sobre ese patrimonio cultural, una maquinaria compleja cuando se analiza y sencilla cuando se usa; una lengua que, paradójicamente, llamamos “materna”.
Y eso que en España no se ha distribuido una circular del Gobierno que, como sí sucedió en Francia en noviembre pasado, condene el lenguaje inclusivo en los documentos de la Administración; ni la Academia española ha criticado, cosa que sí hizo la francesa, la flexión en femenino de los nombres de profesiones y oficios. Más bien todo lo contrario.
Pero quién sabe si muchos adolescentes interesados en la filología, la psicolingüística o la filosofía de la lengua no se habrán desviado de su vocación al toparse con esos denuestos. Si se desprestigia el idioma, se desprestigia todo lo que a él va asociado.
Acusan de machismo a la lengua española, sí, pero el mismo sistema que no ha dado duplicaciones como “corresponsal” y “corresponsala” ha acogido sin problema “guardián” y “guardiana” o “capitán” y “capitana”, o “bailarín” y “bailarina”. Quienes tienen formación en filología saben que esas decisiones lingüísticas se deben a razones históricas o etimológicas, a veces incluso aleatorias, pero no sexistas.
Idioma y realidad
La lengua no es la realidad, sino una representación de la realidad. Tenemos la palabra “padre”, que representa a un hombre, y el término “madre”, que representa a una mujer. Pero si una amiga nos dice “mis padres no están” y yo sé que sus padres son un hombre y una mujer, la palabra “padres” los representa a ambos, y no cabe invisibilidad alguna de la madre: la realidad conocida influye en el lenguaje y lo modifica.
Si cuento que “en el concurso de belleza de las fiestas participaron veinte jóvenes”, quien me escuche pensará en veinte mujeres a pesar de que no hay marca de género en ese mensaje. Sin embargo, si escribo “entre sólo tres policías detuvieron a los diez terroristas”, en la palabra “policías” se habrá visto a tres hombres (lo mismo que sólo habrá varones en la palabra “terroristas”), aunque tampoco se ofrezca ninguna pista gramatical al respecto. Esto sucede por la influencia de la realidad en la percepción de las palabras que la representan: abundan los concursos de belleza femenina, hay más policías varones que policías mujeres y son escasas las terroristas. Cuando la realidad cambie, esas mismas palabras representarán la realidad cambiada. Es la realidad la que cambia la lengua. La lengua en sí misma sólo puede avisar para que la realidad cambie.
Por ejemplo, hace años pudo producirse ocultación de la minoría femenina en una expresión como “los diputados españoles”, pero ahora ningún ciudadano ignora que en “los diputados” entran hombres y mujeres. Por la misma razón, si asistimos a una conferencia sobre los derechos de los españoles y las españolas, sabemos que son los mismos para ambas colectividades. Pero no sucederá lo mismo si la charla se titula “Los derechos de los saudíes y las saudíes”, pues nuestro conocimiento de la realidad hará que pensemos en derechos diferentes. Una misma estructura sintáctica da resultados distintos. ¿Por qué? Por culpa de la realidad. Cambiémosla.
Las duplicaciones han servido de mucho en la comunicación feminista, han influido en la conciencia general. Pero en muchos terrenos la realidad puede hacerlas ya inservibles, por superadas; o, peor aún, contraproducentes por cansinas. El peligro consiste en que esa sensación se dé antes de tiempo; es decir, que el cansancio llegue antes de cumplirse los objetivos que la duplicación pretende.
No obstante, sí cabría combatir algunos usos asimétricos en la lengua sin derribar el sistema con el hacha. Es decir, usando la llave.
Además de reducir la reiteración de duplicaciones para evitar el cansancio y el rechazo, se podría decir, por ejemplo, “la persona” en vez del genérico masculino “el hombre” o “los hombres”. También “la abogacía” en lugar de “los abogados”, o “la juventud” en lugar de “los jóvenes”. La filóloga feminista Mercedes Bengoechea ha elaborado una relación de casos así que vale la pena atender.
Género
También se puede dar una reacción contraproducente con la insistencia en la nueva acepción de la voz “género”, alumbrada hace 23 años –tras la conferencia de Pekín– mediante una mala traducción de la voz gender, que a su vez funcionaba en inglés como eufemismo de “sexo” por influencia del puritanismo victoriano.
Una silla tiene género, pero no sexo. Los géneros gramaticales agrupan el masculino, el femenino, y el neutro (antaño se incluyeron también el epiceno y el común). Pero la biología sólo acoge el sexo masculino y el femenino (sin que eso excluya el sentimiento de cada cual y el cambio del uno al otro). Así, la confusión entre género y sexo es fuente de grandes malentendidos.
Además, el vocablo “género” (admitido ya por la Academia en el sentido sociológico) altera su polaridad según el contexto: en “violencia de género”, esta voz sustituye a “machista” y refleja una idea firmemente peyorativa. Sin embargo, la locución “políticas de género” puede equivaler a “políticas de igualdad” y, de tal modo, ese “género” adquiere un tinte positivo, como sucede también en “conciencia de género”. Por tanto, esta palabra es en esencia positiva unas veces y negativa en otras, lo cual dificulta su valor como idea omnicomprensiva del problema.
Por otro lado, la locución “violencia de género” se percibe como algo técnico e, incluso, suave, un término sociológico que se distancia de los hechos, mientras que el concepto “machista” se condena a sí mismo como algo temible y reprobable, y sería una buena llave para abrir la casa en llamas.
Accidente gramatical
El género es un accidente gramatical. La lengua española no se muestra muy coherente respecto al género. Las palabras terminadas en o suelen ser masculinas, pero tenemos “la contralto”, “la canguro”, “la modelo”, “la sobrecargo”, “la mano”… Las palabras terminadas en a suelen ser femeninas, pero decimos “el día”, “el pirata”, “el pediatra”, “el fisioterapeuta”. La e también se reparte, como en “la esfinge” y “el jefe”. Algunas palabras tienen un solo género que vale para los dos sexos (los nombres epicenos), como “la persona”, “la criatura”, “la víctima”, “la jirafa”, “la ballena” y otros muchos nombres de animales. Igualmente, usamos los femeninos “su santidad”, “su majestad” o “su excelencia” para referirnos a varones y, por supuesto, algunas palabras en femenino engloban a hombres y mujeres (“la judicatura”, “las más altas personalidades”…), lo mismo que al revés (“el profesorado”, “los altos cargos del partido”). Y además hemos fosilizado expresiones con una extraña concordancia masculino-femenino, como “a ojos ciegas” o “a pies juntillas”. Realmente, no se puede decir que el genio del idioma se haya dedicado mucho a que el género se corresponda estrictamente con el sexo.
Sin embargo, la corriente feminista ha hecho causa del asunto, y ha logrado que se abran paso alternativas a términos comunes para el masculino y el femenino, como “juez” (“el juez” y “la juez”, pero ahora “la jueza”), o “líder” (“la lideresa”); si bien eso no ha alcanzado a otros como “modelo” (“el modelo”, “la modelo”) o “atleta” (el “atleta”, “la atleta”)…
Al mismo tiempo, en teórica contradicción con el caso de “juez”, se desecha el desdoblamiento de “el poeta” y “la poetisa”, y no parece haber polémica con “el sumiller” y “la sumiller” o “el mártir” y “la mártir”, entre otros muchísimos ejemplos posibles.
Es decir, en unos casos se pretende el desdoblamiento; en otros, la simplificación y en otros no hay ninguna lucha al respecto. En justa correspondencia con el desorden gramatical.
El mejor árbitro es una mujer
Por otra parte, el tan denostado genérico masculino ofrece sus compensaciones. La final de Copa de rugby masculino, disputada el pasado 30 de abril, fue arbitrada por la granadina Alhambra Nievas, quien está considerada como “el mejor árbitro del mundo”. Al decir “Alhambra Nievas es el mejor árbitro del mundo”, estamos dándole un papel preponderante no sólo entre las mujeres sino también entre los hombres. El masculino genérico no la hace desaparecer, sino que agranda su importancia. Por tanto, como sostienen las profesoras y feministas Aguas Vivas Catalá y Enriqueta García Pascual, no se debe confundir la ausencia con la invisibilidad.
Cuestiones de uso
Catalá y García Pascual han escrito también: “Lo que hay que analizar no es el sexismo en el lenguaje, sino el sexismo en el uso del lenguaje”.
He aquí algunos casos, entre otros muchos posibles, en que sí se produce un claro sexismo al usar las palabras, a menudo de forma inconsciente.
El salto semántico. Expresión que acuñó Álvaro García Meseguer, autor del primer gran ensayo sobre el sexismo lingüístico en España. Por ejemplo: “Los ingleses prefieren el té al café. También prefieren las mujeres rubias a las morenas”. De ese modo, “los ingleses” reúne a hombres y mujeres; pero en la siguiente oración desaparecen estas de aquel genérico.
Visión androcéntrica. Se da cuando el papel de la mujer se subordina en el lenguaje al protagonismo del hombre, incluso, cuando está situada al mismo nivel profesional.
Así, hemos podido oír: “Brad Pitt llegó acompañado por Angelina Jolie”. Podría decirse al revés, “Angelina Jolie llegó acompañada por Brad Pitt”; pero sería mejor comentar que “Angelina Jolie y Brad Pitt llegaron juntos”. Cuando llegaban juntos, claro.
Del mismo modo, si una empresa recomienda a sus comerciales llevar corbata, está eliminando de un plumazo a las comerciales.
Partículas discriminatorias. A estas tendencias sexistas se suma otra más emboscada aún, y que opera con las conjunciones adversativas y concesivas: “Trabaja muy bien, aunque está embarazada”, o “es una mujer, pero muy competente”.
Asimetrías en los nombres. Ocurren cuando se cita a las mujeres por el nombre y a los hombres por el apellido. El nombre de pila acerca al personaje y refleja un tono familiar; el apellido le otorga un trato más respetuoso. Esa asimetría se dio en este titular: “Destituyen al senador que acusó a Dilma de corrupta”.
Asimismo, el uso sexista se produce al colocar un artículo femenino delante de los patronímicos de mujeres artistas: “la Pantoja” o “la Callas”, que no tienen su correspondencia en “el Bisbal” o “el Serrat”. También en el caso de políticas como “la Thatcher” o “la Cifuentes”.
Incluso, al denominar las obras de pintores o escultores de fama, se dice “un picasso”, “un miró”; pero no “un khalo” (un cuadro de Fidra Khalo).
Igualmente, se dan asimetrías en expresiones arraigadas, como “una mujer de vida alegre”; que se diferencia de “un hombre de vida alegre”, además de la ya conocida diferencia entre ser «un zorro» o «una zorra».
En medio de todos estos problemas referidos al uso, se está apuntando en él un fenómeno que permite albergar ciertas esperanzas: el femenino genérico. Pero no forzado, sino natural.
Anoté algunos casos durante los Juegos de Londres, todos ellos en boca de varones, específicamente, un entrenador y distintos periodistas de la Cadena SER: “Jugamos tranquilas, ¿eh?” (seleccionador del equipo femenino de balonmano, durante un tiempo muerto); “¡Si ganamos, estamos clasificadas!” (un periodista, sobre el equipo femenino de waterpolo); “Si estamos entre las siete primeras, vamos a ser oro” (sobre la regatista española Marina Alabau en windsurf); “Somos terceras después de las rusas” (sobre el equipo de natación sincronizada);“Hemos pecado un poco de inexpertas” (tras una derrota en waterpolo femenino) y más recientemente: “¡Hoy podemos ser campeonas de Europa de bádminton!” (Carolina Marín).
Conclusión
Quizá resuman todo lo dicho hasta aquí las palabras escritas por Aguas Vivas Catalá y Enriqueta García Pascual: “Se puede ser feminista sin destrozar el lenguaje. Pero difícilmente se puede evitar un uso sexista de la lengua sin ser feminista”. También lo que defiende la profesora feminista María Ángeles Calero, partidaria de que se deshaga desde la escuela la falsa relación entre género y sexo: “El género se debe considerar como un mero accidente gramatical”
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