lunes, 3 de febrero de 2020

RACIONALIDAD EN CRISIS




El filósofo de Frankfurt, en un materialismo dialéctico no exento de cierto espiritualismo proveniente tanto de la influencia benjaminiana como de su erudición y su vocación por el arte, intentará recuperar los escombros de una realidad jaqueada por la sospecha del pensamiento racionalista en aquello que esa misma realidad pueda decirnos desde su desgarramiento a manos de la totalidad. El fragmento, testigo por el que asoman la vida y el ser Adorno comienza su vida académica diciendo que: Quien hoy elija por oficio el trabajo filosófico, ha de renunciar desde el comienzo mismo a la ilusión con que antes arrancaban los proyectos filosóficos: la de que sería posible aferrar la totalidad de lo real por la fuerza del pensamiento. Ninguna Razón legitimadora sabría volver a dar consigo misma en una realidad cuyo orden y configuración derrota cualquier pretensión de la Razón (…) mientras únicamente en vestigios y escombros perdura la esperanza de que alguna vez llegue a ser una realidad correcta y justa.1 Y desde esta vocación por el rescate de lo particular no exenta de cierta nostalgia desesperanzada, se abocará principalmente a tratar de entender al hombre o directamente tratar de recuperarlo si es que todavía se puede, tras su liquidación. Refiere al respecto nuestro autor, homologando al hombre con un patético clown: Aún se contempla con excesivo optimismo la liquidación total y definitiva del individuo (…) En medio de las utilidades humanas estandarizadas y administradas, el individuo continúa existiendo (…) Pero la verdad es que no tiene otra función que la de su propia singularidad, no es más que una pieza de exposición, como las criaturas deformes que antaño suscitaban el asombro o la risa de los niños.2 Para Adorno la adecuación entre pensamiento y ser como totalidad se ha desintegrado porque la idea de Ser se ha vuelto impotente, ha derivado en un principio formal respetado por la dignidad ganada a lo largo de los siglos bajo la cual no hay más que confusión y falsedad. Esto es así porque la plenitud de la realidad no se deja subordinar bajo la idea de Ser y por otro lado porque la idea de lo existente no se deja construir a partir de lo real. 1 ADORNO, T. W. Actualidad de la Filosofía. Ed. Planeta-Agostini. Barcelona. 1994. Pág. 73. 2 ADORNO, T. W. Minima Moralia. Akal. Madrid. 2006. Prgfo. 88: Payaso Augusto. Pág. 140. 2 Nuestro autor se sabe testigo del final de una época, marcada por la crisis de los idealismos y se preocupará por criticar radicalmente a esa totalidad inerme y estéril de significación que se encarga de martirizar al hombre en su individualidad, haciendo que posea una vida mutilada y falsa. Para salvar al hombre (y todo lo particular) es necesario renunciar a la totalidad ya muerta pero que todavía mantiene firmes sus estructuras de poder por medio de las cuales busca disolver al hombre, encerrándolo cíclicamente en una necesidad social de responder al sistema establecido, a priori malo. El camino será el reconocimiento de la existencia y valor de pequeños elementos, los mencionados fragmentos materiales carentes de sentido que arroja la realidad, para que sea posible una filosofía que devele la cosa en sí en la luz de la materialidad. Sobre esto, Adorno finaliza su conferencia diciendo: “(…) el espíritu no es capaz de producir o captar la totalidad de lo real; pero sí de irrumpir en lo pequeño, de hacer saltar en lo pequeño las medidas de lo meramente existente.”3 Ahora bien, en nuestra opinión, Adorno y Mann confluirán exquisitamente en Dr. Faustus para referir tal ocaso antropológico cuya alarma era de preocupación común en la cultura europea. Mann ya conocía la –también fragmentaria- teoría musical de Adorno y lo convocará para que lo ayude en el desarrollo teórico de tales cuestiones. De este modo queda justificada la aparición en escena del filósofo cuya Filosofía de la Nueva Música desarrollaba el espíritu de ese fenómeno artístico especial del siglo XX que fuera la música atonal y que, a su juicio, tan bien retrataba la presente situación. La atonalidad compartió valores y espíritu con todo el ambiente artístico de su época denunciando a un espíritu humano maltratado por el dolor de la aniquilación total de la que podía ser víctima, y también desorientado frente a los nuevos códigos de una vida cada vez más alienada al hombre mismo. En este sentido podemos citar al diablo, quien le anuncia a Adrian Leverkühn en aquel jugosísimo diálogo que promedia la obra: Lo que el clásico podía obtener sin nuestro concurso sólo nosotros podemos procurarlo hoy. Y en realidad ofrecemos algo mejor, ofrecemos lo genuino y verdadero; no lo clásico, sino lo arcaico, lo primitivo lo que no ha sido puesto a prueba desde tiempo inmemorial

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