viernes, 6 de diciembre de 2019

LA EXPRESION CONCENTRADA DE LA ECONOMÍA





Es sumamente interesante y revelador que un comentario sobre economía al final termine siéndolo tan claramente de política.
Y es que lo nuevo es lo viejo olvidado. Un respetable actual Presidente, de un no menos respetable país sudamericano, dice sin reservas ni temores que la economía es economía política y punto. Razonable y moderado como es, parece que su liderazgo le hace bien a su país. No me refiero a nadie que se deje guiar por avecitas.
Y es que no hay política económica sin economía política. No existe la economía fuera del mundo real y la política es al final, como decía un clásico, la “expresión concentrada de la economía”.
Bueno, dicho lo anterior, aquí transcribo, tomado de la página de internet “www.project-syndicate.org”, un comentario escrito por el economista Premio Nobel Joseph E. Stiglitz, Profesor de la Columbia University, ex super asesor económico de ex Presidente estadounidense Bill Clinton, además de Vicepresidente y economista estrella del Banco Mundial. Al final de esta entrada el enlace de internet correspondiente.
Stiglitz me parece una de las mentes más progresistas de la actualidad en materia de economía. No hace falta escudarse detrás de sus credenciales de Premio Nobel para señalar la validez de su pensamiento.
Si en esta ocasion ZoneMapa acude a citarlo y llamarlo por su nombre no es violando nuestro criterio de que para preconizar una idea no hacen falta los nombres de testigos de cargo o descargo, como si el solo nombre de nadie fuera argumento de algo. Ningún nombre de nadie es por sí solo argumento de nada. Simplemente se trata de una transcripción de actualidad en donde incluso se debe dar crédito al traductor.
Por lo demás, no es verbo divino lo que se transcribe; hasta un pensador tan grande como Stiglitz tiene sus limitaciones. Sobre eso comentaremos en próxima entrega.
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 – La recepción en Estados Unidos, y en otras economías avanzadas, del reciente libro de Thomas Piketty Capital in the Twenty-First Centuryda testimonio de la cada vez mayor preocupación sobre la creciente desigualdad. El libro de Piketty refuerza aún más la colección ya abrumadora de pruebas sobre la vertiginosa subida de la proporción de ingresos y riqueza en la parte más alta de la distribución del ingreso y la riqueza.
El libro de Piketty, además, ofrece una perspectiva diferente sobre los 30 o más años posteriores a la Gran Depresión y a la Segunda Guerra Mundial: ve a este período como una anomalía histórica, tal vez causada por la inusual cohesión social que los eventos catastróficos pueden estimular. En dicha época de rápido crecimiento económico, la prosperidad fue ampliamente compartida, y todos los grupos avanzaron; sin embargo, aquellos grupos en la parte inferior vieron mayores ganancias porcentuales.
Piketty también arroja nueva luz sobre las “reformas” que promocionaron Ronald Reagan y Margaret Thatcher en la década de los años ochenta como potenciadoras del crecimiento del cual todos se beneficiarían. De manera posterior a dichas reformas sobrevino un crecimiento más lento y una mayor inestabilidad a nivel mundial, y además, el crecimiento que sí aconteció benefició en su gran mayoría a aquellos en la parte superior de la distribución.



Pero el trabajo de Piketty va más allí: plantea problemas fundamentales tanto sobre la teoría económica como sobre el futuro del capitalismo. Piketty documenta un gran incremento en el ratio riqueza/producción. En la teoría estándar, tales incrementos estarían asociados con una caída en el rendimiento del capital y un aumento en los salarios. Sin embargo, hoy en día el rendimiento del capital no parece haber disminuido, a pesar de que los salarios sí disminuyeron. (Por ejemplo, en EE.UU. los salarios medios se estancaron durante las últimas cuatro décadas)
La explicación más obvia es que el incremento en la riqueza medida no corresponde a un incremento en el capital productivo – y los datos parecen ser consistentes con esta interpretación. Gran parte del incremento en la riqueza provino de un incremento en el valor de los inmuebles. Antes de la crisis financiera del año 2008, se pudo evidenciar en muchos países la presencia de una burbuja inmobiliaria; incluso hasta ahora, puede no se haya  “corregido” dicha situación de manera completa. El aumento en el valor también puede representar la competencia entre los ricos por bienes que denotan una “posición” – una casa en la playa o un apartamento en la Quinta Avenida de la ciudad de Nueva York.
A veces, un aumento en la riqueza financiera medida corresponde a casi nada más que  un simple desplazamiento desde la riqueza “no medida” hacia la riqueza medida – y estos desplazamientos pueden, en los hechos, reflejar un deterioro en el desempeño de la economía en general. Si aumenta el poder monopólico o las empresas (como por ejemplo los bancos) desarrollan mejores métodos para la explotación de los consumidores comunes, ello se mostrará como mayores ganancias y, cuando dichas ganancias se capitalizan, se mostrarán como un aumento en la riqueza financiera.
No obstante, cuando lo anteriormente detallado sucede, el bienestar social y la eficiencia económica por supuesto que caen, incluso de manera simultánea a un aumento oficial en la riqueza medida. Nosotros simplemente no tomamos en cuenta la disminución correspondiente al valor del capital humano – es decir, no tomamos en cuenta la disminución de la riqueza de los trabajadores.
Por otra parte, si los bancos tienen éxito en el uso de su influencia política para socializar las pérdidas y retener más y más de sus ganancias mal habidas, la riqueza medida en el sector financiero aumenta. No medimos la disminución correspondiente a la riqueza de quienes pagan impuestos. Del mismo modo, si las corporaciones convencen a los  gobiernos para que estos paguen más de lo debido por sus productos (tal como las grandes compañías farmacéuticas pudieron lograrlo), o si las corporaciones obtienen acceso a recursos públicos a precios por debajo de los precios del mercado (tal como las empresas mineras pudieron lograrlo), aumenta la riqueza financiera medida que se informa, a pesar de que existe una disminución en la riqueza de los ciudadanos comunes.
Lo que hemos estado observando – estancamiento de los salarios  e incremento en la desigualdad, incluso a medida que la riqueza  aumenta – no refleja el funcionamiento de una economía de mercado que se considera como normal, sino que refleja lo que yo denomino como “capitalismo sucedáneo” (en inglés ersatz capitalism). El problema puede que no sea cómo los mercados deberían funcionar o cómo dichos mercados funcionan en los hechos, pero puede que el problema se ubique en nuestro sistema político, mismo no ha logrado garantizar que los mercados sean competitivos; y además, dicho sistema político ha diseñado reglas que sustentan mercados distorsionados en los que las corporaciones y los ricos pueden (y por desgracia sí lo hacen) explotar a todos los demás.
Los mercados, por supuesto, no existen en un espacio vacío. Tienen que haber reglas del juego, y éstas son establecidas a través de procesos políticos. Los altos niveles de desigualdad económica en países como EE.UU. y, cada vez más en países que han seguido el modelo económico de dicho país, conducen a la desigualdad política. En un sistema como el que se describe, las oportunidades para el progreso económico se tornan, a su vez, en desiguales, y consecuentemente refuerzan los bajos niveles de movilidad social.
Por lo tanto, el pronóstico de Piketty sobre niveles aún más altos de desigualdad no refleja las inexorables leyes de la economía. Simples cambios – incluyendo la aplicación de niveles más altos de impuestos a las ganancias de capital y las herencias, un mayor gasto para ampliar el acceso a la educación, la aplicación rigurosa de las leyes antimonopolio, reformas a la gobernanza corporativa que contengan los salarios de los ejecutivos, y regulaciones financieras que frenen la capacidad de los bancos para explotar al resto de la sociedad – reducirían la desigualdad y aumentarían la igualdad de oportunidades de manera muy notable.
Si logramos tener las reglas del juego correctas, podríamos incluso ser capaces de restaurar el crecimiento económico rápido y compartido que caracterizaba a las sociedades de clase media de la mitad del siglo XX. La principal interrogante a la que nos enfrentamos hoy en día realmente no es un cuestionamiento sobre el capital en el siglo XXI. 

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