Franz Schubert - "Allegro ma non troppo" - Khatia Buniatishvili - Live
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Schubert fue uno de los principales músicos del siglo XIX; fue el único nacido en la que fue capital musical europea a finales del siglo XVIII y principios del XIX: Viena. Vivió 31 años, tiempo durante el cual consiguió componer una obra musical excelente, en especial en la última etapa de su vida, en la cual estaba ya tremendamente enfermo. Su música no fue reconocida durante toda su vida y es a partir de finales del siglo XIX cuando la música de Schubert suena con más frecuencia. Se abre camino con pequeñas obras para piano, para más tarde empezar con sinfonías. En la historia ha estado siempre escondido, a la sombra de Beethoven, solo se dice que su música es muy bella, pero resulta que no encontró ninguna orquesta que la tocara y prácticamente solo en las "schubertiadas" podía exhibir su música. Escribió más de seiscientos lieder, de los cuales gran parte, después de su fallecimiento, quedaron inéditos.
Desde que nació, la muerte estuvo presente en la vida de este compositor. Eran trece hermanos aunque diez de ellos murieron al nacer, otro de ellos murió prematuramente y su madre falleció en su último parto cuando él tenía apenas quince años. La única familia que le quedaba era su padre y su otro hermano. Residían en el barrio de Liechtental. Su padre era profesor y gozaban de unos escasos ingresos para vivir.
Era un gran cantante e ingresó en Stadtkonvikt, la escolanía de la catedral de Viena como soprano, institución la cual le becaba y mantenía aparte de darle la oportunidad de tener como maestro al compositor Antonio Salieri. La necesidad de componer se reveló con fuerza en el joven Schubert durante estos años y sus primeras piezas fueron interpretadas por la orquesta de discípulos del Stadtkonvikt, de la que él mismo era violinista.
En 1813 le cambió la voz y no pudo seguir cantando en la escolanía, así que no le quedó más remedio que trabajar como asistente de su padre en la escuela, a pesar de que no le agradaba la idea, puesto que quería dedicarse a la música por completo.
1814 fue una época de creatividad para Schubert, ya que conoció a su primer amor, Therese Grob. Estrenó la Misa en la mayor con Therese de soprano. En estos años es cuando ven la luz sus primeras obras maestras, como el lied El rey de los elfos, inspirado en un poema de Goethe, uno de sus escritores más frecuentados. Después de abandonar sus funciones en la escuela paterna, Schubert intentó ganarse la vida únicamente con su música, con escaso éxito en su empresa. La principal meta que tenía Schubert estos años era encontrar trabajo como fuera y ganar dinero para que el padre de la chica de la que se había enamorado le dejara estar con ella, y el único campo que podía darle dinero de verdad era la ópera. Aunque éste fue un género que Schubert abordó con insistencia a lo largo de toda su vida, bien fuera por la debilidad de los libretos escogidos o por su propia falta de aliento dramático, nunca consiguió destacar en él. Sus óperas, entre las que merecen citarse Los amigos de Salamanca, Alfonso y Estrella, La guerra doméstica y Fierabrás, continúan siendo la faceta menos conocida de su producción.
Si Schubert no logró sobresalir en el género dramático, sí lo hizo en el lied. Un solo dato da constancia de su absoluto dominio en esta forma: sólo durante los años 1815 y 1816 llegó a componer más de ciento cincuenta lieder, la mayoría de una calidad asombrosa. Escritos muchos de ellos sobre textos de sus amigos, como Johann Mayrhofer y Franz von Schober, eran interpretados en reuniones privadas, conocidas famosamente como «schubertiadas», a las que asistía, entre otros, el barítono Johann Michael Vogl, destinatario de muchas de estas breves composiciones.
Pese a sus talentos, su padre pretendía que heredara su profesión, lo que motivó el enfrentamiento entre ellos y desencadenó la mala relación entre ambos y el abandono de la casa paterna.
Fuera del hogar y habiendo decidido ganarse la vida con la música, Schubert se refugió en la casa de Franz von Schober. Así comenzó el peregrinaje. Nunca logró mantenerse sólo con sus composiciones y necesitó de la generosidad de amigos, que lo acogían en sus respectivas casas. Schubert tampoco mantuvo una relación duradera ni tuvo hijos, pero se adscribió a un círculo íntimo de amigos que le brindaba muchas satisfacciones personales, además de constituir un público fiel y sensible a su arte.
Schubert no pudo estrenar ni publicar ninguna de sus obras operísticas u orquestales. A lo sumo se interpretaron algunas composiciones vocales o pianísticas en las célebres schubertiadas.
En estos años Schubert contrajo sífilis. Habitualmente pasaba estrechez económica. Se volvió inseparable de sus gafas, que conformaron parte indisoluble de su apariencia y acentuaron su fisonomía tímida.
En Viena, Schubert llevó una vida bohemia rodeado de intelectuales, amante de las tabernas y de los ambientes populares, alejado de los salones y de la etiqueta nobiliaria. De este entorno procede el famoso término de schubertiadas: reuniones de artistas de todos los ámbitos que formaban un círculo brillante y animado dedicado a la música y a la lectura.
Cuando la sífilis comenzó a trastornar su vida fue, lógicamente, cuando apareció el lado más amargo y melancólico de Schubert. Así, no puede sorprendernos que, necesitado de comprensión, escribiese en 1824 estas líneas estremecedoras a su amigo Leopold Kupelwieser:
Hace tiempo que quería escribirte, pero nunca sabía desde dónde, adónde. Ahora se me ofrece la oportunidad y por fin puedo abrir mi corazón a alguien. Tú eres bueno, y seguro que me vas a perdonar lo que otros se habrían tomado a mal. En una palabra, me siento el hombre más infeliz, más miserable del mundo. Imagínate un hombre cuya salud ya no mejorará nunca y que en su desesperación sólo empeora todo en lugar de mejorarlo, imagínate un hombre cuyas más brillantes esperanzas han quedado reducidas a nada, al que la felicidad del amor y la amistad no ofrecen otra cosa que sumo dolor, al que el entusiasmo (al menos estimulante) por la belleza amenaza con desaparecer, y pregúntate si no es éste un hombre miserablemente infeliz. Mi tranquilidad ha desaparecido, mi corazón está oprimido, no lo encuentro nunca; así ahora puedo cantar todos los días, pues todas las noches, cuando me voy a dormir, confío en no despertar ya nunca, y cada mañana me anuncia sólo la misma pena del día anterior. De esta manera, sin alegría ni amigos, paso los días, a excepción de cuando me visitó Schwind y me trajo un rayo de aquellos dulces días pasados.
Durante sus últimos años escribió piezas magistrales, fruto y reflejo de sus experiencias personales y siempre con el sello inconfundible de una inagotable inspiración melódica. Por ejemplo, una tensa profundidad marca la Wanderer-Fantasie, D. 760, para piano solo (1822) o el ciclo de lieder La bella molinera (Die schöne Müllerin) (1823), estos últimos inspirados en poemas de Wilhelm Müller. En 1824 escribiría La muerte y la doncella, uno de sus cuartetos más conocidos, y ya hacia el final de su vida el intenso dolor y el aislamiento dejaron su impronta en el Winterreise, D. 911, Op. 89 (1827), también con textos de W. Müller.
Por aquel entonces, Schubert tenía solamente treinta y un años y acababa de matricularse para estudiar fuga. Pero una gonorrea,2 complicada finalmente con una fiebre tifoidea, lo condujo a la muerte el 19 de noviembre de 1828. Se decía de Schubert que hacía tiempo ya «andaba por el mal camino», se hablaba de su afición al alcohol y la «sensualidad» —que lo llevó a tener relaciones esporádicas—. Pero esa debilidad no ensombrece de ningún modo la figura de un hombre que en sus años de madurez padecía, según muchos biógrafos, de lo que actualmente llamaríamos trastorno bipolar.3 Esto explicaría que grandes obras quedaran incompletas sin una razón explícita.
El 30 de octubre de 1822 comenzó su Sinfonía en si menor pero, tras dos movimientos en una partitura de orquesta cuidadosamente pasada a limpio, y de empezar el tercero, la abandonó. El manuscrito con ambos movimientos completos pasó a manos de su amigo, An. Hüttenbrenner, quien los conservó en un cajón durante más de cuarenta años. En 1865 se los entregó al director de orquesta Johann von Herbeck, quien en diciembre de ese mismo año dirigió en Viena el estreno de la obra incompleta.
No hay una conclusión a la cuestión sobre los motivos que condujeron a Schubert a dejarla inconclusa; una posibilidad sugiere que parte del manuscrito se perdiera. También se ha sugerido que el poderoso Entreacto en si menor de la música de escena para Rosamunda, de 1823, fuera en realidad el último movimiento sinfónico. A favor de esta tesis: las coincidencias en orquestación con ambos movimientos existentes, incluido el añadido de los tres trombones incorporados a la orquesta clásica convencional, así como la tonalidad. A pesar de todo, la explicación más verosímil para la crítica es la que cuestiona la madurez autorial para completar dos movimientos más con la misma altura y calidad expresiva de los previos. Así, la obra queda tal como la conocemos hoy: un díptico asimétrico, pero equilibrado: primero un Allegro moderato, en el que se contraponen la tensión dramática inicial y la naturalidad lírica, seguido de un Andante con moto en mi mayor, pleno de un agitado y tumultuoso vagabundeo, que alcanza al final el descanso en una coda, cuya serenidad parece trascender el mundo.
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