domingo, 5 de julio de 2020

LOS COLORES DEL CREPÚSCULO




Cuando el sol comienza a desaparecer tras el horizonte, los cielos se tiñen de una luz rojiza. La estampa resultante es muy atractiva, sí, pero... ¿por qué misterioso motivo surgen esas tonalidades tan llamativas que cubren los cielos?
Las estrellas emiten lo que se denomina luz blanca, es decir, una superposición de luces de diferentes colores, cada cual con una frecuencia y una longitud de onda diferentes. Cuando un rayo de luz blanca atraviesa un medio transparente –como puede ser el aire de la atmósfera que cubre la Tierra–, la luz se dispersa y se refracta, mostrando algunos de los colores que conforman la luz blanca.
Cuando la luz del sol alcanza nuestra atmósfera se produce la interacción entre los fotones de luz y las moléculas que se encuentran en ella. Lo que sucede es que si un fotón choca con una molécula de aire, esta lo absorbe para reenviarlo al poco tiempo en todas direcciones, como si se tratara de una diminuta bombilla. Evidentemente, si absorbe luz correspondiente al violeta, la radiará con ese mismo color.

A mayor cantidad de atmósfera, mayor dispersión

Como ya hemos mencionado, los colores que viajan en la luz son absorbidos por la atmósfera, pero no todos del mismo modo: cuanta mayor cantidad de energía transporte el fotón, más fácilmente será "chupado". Esto implica que las moléculas del aire capturan el color azul con más facilidad que el color rojo; debido a esto, vemos el cielo azul. Es justo a este fenómeno a lo que llamamos dispersión de Rayleigh –en honor del británico Lord Rayleigh, premio Nobel de Física, quien fue el primero en explicar este fenómeno, en 1871–.
Ahora bien, cuando el sol se encuentra sobre el horizonte la cantidad de atmósfera es mayor, y mayor por tanto es la dispersión que sufre el color azul. Como se dispersa en todas direcciones, eso implica que a nuestro ojo llegará menos cantidad de color azul que de rojo, porque este último se ve menos afectado –efecto que se intensifica si existen diminutas partículas de polvo en la atmósfera–. La consecuencia final es que acabamos viendo el cielo rojo.
En conclusión, cuanto más bajo esté el sol con respecto al horizonte, menos azules y más rojos teñirán los cielos, ya que más atmósfera tendrá que atravesar la luz blanca. Cuando el sol se encuentra en el ocaso, sus rayos pasan por una cantidad de atmósfera terrestre diez veces superior a cuando se encuentra en el cénit.
Como mencionábamos, cuantas más partículas floten en el aire, mayor dispersión de colores rojizos se produce, razón por la cual las escenas más espectaculares de cielos rojizos se pueden contemplar tras la erupción de un volcán –dada la gran cantidad de  ceniza y otros materiales que lanza a la atmósfera–. Así que ya sabes: si te gusta la fotografía y eres un fanático de los cielos anaranjados o colorados, ten lista la cámara y corre al aeropuerto en cuanto oigas en las noticias que se ha producido una erupción volcánica.

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