viernes, 17 de julio de 2020

ANTES Y DESPUES DEL CORONAVIRUS


























"La ciencia nos alerta 


“No volveremos a la normalidad porque la normalidad era el problema” se lee en una imagen de esas de tantas que circulan en redes sociales por estos días de confinamiento. Varios ambientalistas la compartieron y con ella una pregunta que ronda justo cuando más preocupados estamos por el planeta: ¿cómo evitar volver a la normalidad
Emocionados ante la fauna silvestre que ha merodeado en las calles desoladas, muchos ciudadanos han dicho que la naturaleza nos está hablando; que lo ocurrido ha escenificado lo que podría pasar si no le hacemos frente a la crisis climática; y que es el momento de redirigir nuestros esfuerzos a economías sostenibles, si es que aún estamos a tiempo. Pero, también ha llegado el temor de quienes creen que las políticas que se han diseñado para retroceder el calentamiento global se debilitarán para reactivar la golpeada economía. Que, como ha ocurrido después de otras crisis, nada cambiará. Ante la incertidumbre, EL TIEMPO acudió a siete reconocidos ambientalistas, quienes reflexionaron sobre la naturaleza, antes y después del coronavirus.

La angustia y la muerte se ven contrastadas por una humanidad solidaria con los más necesitados, al mismo tiempo que se hace consciente de la biodiversidad que asoma en entornos urbanos y periurbanos y reconoce un ambiente menos contaminado. Es un tiempo de “tregua” para la naturaleza en el que estamos disminuyendo de forma obligada el cambio de uso de la tierra, la sobreexplotación, el cambio climático, la contaminación o la introducción de especies exóticas invasoras. La gran duda es qué pasará apenas termine esta emergencia global y de qué manera podemos prepararnos para no incurrir en los mismos errores cuando volvamos a la “normalidad”. Los cambios transformativos son posibles, la humanidad y el planeta los necesitan ahora más que nunca.

Es claro que la economía global y nacional deberá reactivarse y esto sucederá de una manera acelerada, así que desde ya vale la pena enfatizar que esto no puede poner en riesgo, aún más, la sostenibilidad de nuestro planeta. Es el momento para soñar con una transformación estructural del modelo económico en el largo plazo, de los sistemas de producción, los sistemas financieros y los patrones de consumo; buscando reducir nuestra huella sobre la madre tierra y, entre todos, distribuir beneficios equitativamente para el bienestar de la gente y la naturaleza. El cambio climático nos ha demostrado que todo se relaciona con todo; lo que sucede en una esquina del planeta afecta las demás. Hoy, la única alternativa es proteger nuestra casa común, basados en los valores de solidaridad, cooperación y responsabilidad.

En Colombia, y en general en los países tropicales, se podría prever un incremento sin precedentes en la deforestación, pues, como se sabe, la agudización de la pobreza la aumenta. Y este aumento significaría un aumento en la emisión de gases de efecto invernadero que contrarrestaría los beneficios del menor uso de combustibles fósiles, pero que estaría lejos de anularlos a nivel global. Quedarán grandes lecciones para el mundo y para Colombia sobre cómo afrontar el riesgo y la incertidumbre (o cómo no hacerlo), en una época la que, de continuar la débil implementación del Acuerdo de París, el mundo se enfrentaría a múltiples desastres en el mediano y largo plazo, y cuya magnitud podría ser de tal envergadura que el coronavirus sería recordado como una anécdota.

La ciencia nos alerta sobre el rol que tiene y tendrá la deforestación en la transmisión de enfermedades infecciosas. Adicionalmente, la probabilidad de contagio a las personas puede aumentar a medida que el clima se calienta, empujando a los animales, junto con los virus que transportan, a regiones donde nunca antes han existido. Se suman factores como la trayectoria climática insostenible, que nos está llevando a un futuro con mayor riesgo de pandemias zoonóticas y transmitidas por vectores. Esta situación nos abre también oportunidades para trabajar en torno a la sostenibilidad y corregir las tendencias actuales. Es un aviso, una llamada de la naturaleza para que entendamos que los sistemas de vida son la base para lograr todos los objetivos de desarrollo sostenible de manera integral.

La caída estrepitosa de los precios del petróleo y del valor de las acciones de las empresas petroleras ocasionada por covid-19 y las disputas entre países productores nos plantean un serio debate sobre la necesidad de diversificar las fuentes de ingresos para construir una economía sostenible y evitar las afectaciones cíclicas a las finanzas del país y a las cuentas externas. Es necesario que nuestra economía dependa menos del petróleo y del carbón, y le apueste –ahora sí, en serio– al fortalecimiento del campo, el turismo, los servicios y las industrias como jalonadores de otro modelo de desarrollo realmente sostenible, que no afecte los bienes comunes, como el agua y la naturaleza, y no ponga en riesgo a las presentes y futuras generaciones.

Es “fantástico” ver cómo por fin la población urbana empieza a ver la relación directa con lo que ocurre en lo rural, tantas veces despreciado por el ciudadano común. Esto deja expuesto un reto enorme: llegó el momento en que Colombia debe cambiar su cultura “pirófila” y entender que los incendios descontrolados están generando problemas de gran magnitud (que esconde bajo las llamas la relación con la deforestación y la apropiación de tierras) desde espacios locales hasta regionales. Y ese cambio de patrón cultural debe estar acompañado de una actualización de la reglamentación penal frente a los incendios, que es inocua hoy. ‘Menos incendios, más bosques, más calidad de vida’ debe ser la consigna del futuro.



Las condiciones desencadenadas por la pandemia de covid-19 y su manejo no solo persistirán por largo tiempo, sino que tienen el potencial de crear estructuras, procesos y comportamientos relativamente estables, una vez superada la fase de mayor amenaza. Por ejemplo, la economía circular asociada con la economía digital se convierte por ello en una prioridad. La innovación en reciclaje electrónico, la producción de dispositivos baratos para el internet de las cosas, la capacidad de modelamiento de ‘big data’ con respuestas rápidas y de acceso abierto son algunas de las posibilidades y están conectadas con la sustitución de productos derivados del extractivismo primario, es decir, de la minería.

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