lunes, 28 de octubre de 2019

LA CIENCIA Y LA TECNOLOGIA COMO PROCESOS SOCIALES






La ciencia y la tecnología como procesos 

sociales.



Lo que la educación científica no debería olvIidar



Rigor, objetividad y responsabilidad social: la Ciencia en el encuentro entre Ética y Epistemología.



Introducción

Los éxitos de la ciencia, en su alianza con la tecnología son indudables. Nos han proporcionado una gran capacidad para explicar, controlar y transformar el mundo.
La importancia de la ciencia y la tecnología aumenta en la medida en la que el mundo se adentra en lo que se ha dado en llamar "la sociedad del conocimiento", es decir, sociedades en las cuales la importancia del conocimiento crece constantemente por su incorporación a los procesos productivos y de servicios, por su relevancia en el ejercicio de la participación popular en los procesos de gobierno y también para la buena conducción de la vida personal y familiar.
La enorme capacidad cognoscitiva de la humanidad debe ejercer una influencia cada vez mayor en la vida de las sociedades y las personas.
Por eso es que la reflexión sobre la ciencia es un tema al cual el pensamiento moderno, sobre todo el de la segunda mitad de este siglo, ha dedicado especial atención.
Este ensayo se dirige a personas que estudian las ciencias (naturales, sociales, técnicas u otras) o se interesan por ellas para presentarles una cierta imagen de la ciencia tal y como ella emerge del debate contemporáneo. Enseñar y aprender la ciencia requiere una cierta "vigilancia epistemológica" que impida que nuestros actos epistémicos sean conducidos por enfoques que simplifiquen y tergiversen la naturaleza real de la praxis científica.
La tesis que anima mi exposición es ésta: no sólo necesitamos saber de ciencia sino sobre la ciencia.
Según creo, la relevancia de este planteamiento es extensiva a las personas que se dedican principalmente a la actividad tecnológica. La ciencia y la moderna tecnología son inseparables; en consecuencia han llegado a ser actividades casi indistinguibles. Es difícil saber a que se dedican las personas que trabajan en un laboratorio de investigación-desarrollo de una gran industria: ¿hacen ciencia o hacen tecnología? Quizás simplemente hagan "tecnociencia", actividad donde los viejos límites son desdibujados.
En todo caso cualquier discusión sobre la ciencia es relevante para la tecnología y viceversa. A fin de cuentas se trata del conocimiento y su significación social.

El Dominio de la Ciencia y la Tecnología

La tecnología moderna apoyada en el desarrollo científico (tecnociencia) ejerce una influencia extraordinaria en la vida social en todos sus ámbitos: económico político, militar, cultural. La Revolución Científica del Siglo XVII, y la Revolución Industrial iniciada en el Siglo XVIII fueron procesos relativamente independientes. La fecundación recíproca y sistemática entre ciencia y tecnología es, sobre todo, un fenómeno que se materializa a partir de la segunda mitad del siglo y se acentúa notablemente en el siglo actual. El tránsito que vivimos del siglo XX al siglo XXI es un período profundamente marcado por el desarrollo científico y tecnológico.
Lo primero que debe conocer un estudiante que se incorpora a estudios en los campos de la ciencia y la tecnología es que se sumerge en uno de los territorios que definen en gran medida el poder mundial.
La imagen de la ciencia como una actividad de individuos aislados que buscan afanosamente la verdad sin otros intereses que los cognitivos, a veces transmitida por los libros de texto, no coincide para nada con la realidad social de la ciencia contemporánea. En gran medida el desarrollo científico y tecnológico de este siglo ha sido impulsado por intereses vinculados al afán de hegemonía mundial de las grandes potencias y a las exigencias del desarrollo industrial y las pautas de consumo que se producen y se difunden desde las sociedades que han marcado la avanzada en los procesos de modernización.
Por eso los Estados y las grandes empresas transnacionales se cuentan entre los mayores protagonistas de la ciencia y la tecnología contemporáneas.
Durante el siglo XIX surgió la llamada ciencia académica vinculada a la profesionalización del trabajo científico y la consolidación de la investigación científica como una función relevante de la universidad (el paradigma es la Universidad Alemana de inicios del siglo XIX). En este proceso cristalizó también la imagen de la ciencia como búsqueda desinteresada de la verdad a la que aludí antes.
Pero la relación ciencia - sociedad ha experimentado cambios bruscos en este siglo. Sin embargo, hasta hace apenas dos décadas prevaleció un enfoque que hoy se considera insatisfactorio. La idea era que había que invertir fuertemente en investigación básica, lo que a la larga generaría innovación tecnológica y ésta favorecería el desarrollo social. Tras esta idea, en el período que media entre la Segunda Guerra Mundial y los años setenta se invirtió mucho dinero con este fin. La crisis económica que experimentó el capitalismo mundial obligó a reconsiderar este enfoque y transitar a un modelo mucho más dirigista del desarrollo científico técnico. Esto es lo que es propio de la llamada Tercera Revolución Industrial caracterizada por el liderazgo de la microelectrónica y el protagonismo de la Biotecnología, la búsqueda de nuevas formas de energía, los nuevos materiales, entre otros sectores.
Hoy en día es escasa la práctica científica alejada de intereses de aplicación con fines económicos o de otro tipo, lo cual tiene implicaciones en la actividad científica, en la vida de los científicos, las instituciones que los acogen y sus relaciones con la sociedad. La psicología y la ideología empresariales están presentes en el mundo de la ciencia. No es por gusto que los problemas éticos asociados a ciencia y tecnología constituyen preocupaciones cotidianas hoy. Se ha dicho que el poder acumulado es tanto que la pregunta: ¿qué se puede hacer? ha sido desplazada por ¿qué se debe hacer?
Pero ese poder extraordinario está muy mal distribuido a nivel mundial. La inmensa mayoría de la capacidad científica y tecnológica se concentra en un reducido grupo de países industrializados. Las revoluciones científica e industrial de los Siglos XVII y XVIII se desenvolvieron en Europa asociadas al cambio económico, político y cultural que experimentaron aquellas sociedades a partir del Renacimiento. Durante los dos siglos siguientes algunos países lograron incorporarse activamente a esos procesos, entre ellos Estados Unidos, Rusia y Japón.
La mayor parte del mundo, sin embargo, apenas tiene participación en la definición y ejecución de los cursos científico técnicos. Se ha dicho que la ciencia mundial está aún más concentrada que la riqueza mundial. América Latina, por ejemplo, tiene muy poca participación en ciencia y tecnología: poco más del 2% de los científicos e ingenieros que realizan tareas de investigación y desarrollo en el planeta y algo más del 1% de los recursos que se invierten con ese fin.
Sobre todo desde los años sesenta se viene insistiendo en que la salida del subdesarrollo obliga a crear capacidades en ciencia y tecnología. Pero los discursos han desbordado a las realizaciones prácticas.
Dentro de ese panorama la posición de Cuba es muy singular: con relación a sus recursos económicos el país ha hecho un esfuerzo extraordinario en ciencia y tecnología lo cual expresa una voluntad política muy definida. Cuba sigue apostando al desarrollo científico y tecnológico como vehículo del desarrollo social. La ambición por satisfacer las necesidades humanas básicas (en salud, alimentación, etc.) y la necesidad de articular de modo beneficioso la economía cubana a la economía internacional, son los móviles del desarrollo científico y tecnológico cubano que descansa en un esfuerzo educacional sostenido por casi 40 años.
Mientras la mayor parte de los países del Tercer Mundo han renunciado al protagonismo en el campo científico, Cuba insiste en desarrollar una base científico y tecnológica endógena. El problema de la relación ciencia-tecnología-desarrollo es para nuestro país un tema fundamental. Dentro de ese ambicioso propósito la responsabilidad social de la intelectualidad científico técnica es esencial.

¿Es neutral la ciencia?

En este apartado introduzco una discusión fundamental para la interpretación teórica de la ciencia. Una apreciación errada sobre el tema impediría lograr una visión equilibrada de la relación entre el compromiso social y la honestidad intelectual en la ciencia.
Para discutir el asunto voy a seguir el hilo del análisis sobre la neutralidad desarrollado por Agazzi (1996). Para él hay que discernir entre varios sentidos fundamentales de la neutralidad: como "desinterés", como "independencia de prejuicios", como "no estar al servicio de intereses", como "libertad de condicionamientos", o como "indiferencia respecto a fines" (p.68).
¿Es posible reconocer la neutralidad de la ciencia en alguno de estos sentidos?. Los estudios sociales de la ciencia desarrollados durante este siglo (Núñez, 1989) han puesto de manifiesto la naturaleza social de la práctica científica y su consecuente comprometimiento con los valores, prioridades e intereses propios de la estructura y los agentes sociales. Es decir, la ciencia es una actividad social vinculada a las restantes formas de la actividad humana. Los procesos de producción, difusión y aplicación de conocimientos propios de la actividad científica son inexplicables al margen de los intereses económicos, políticos, militares, entre otros que caracterizan los diversos contextos sociales.
En esta perspectiva la ciencia es una actividad institucionalizada, permeable a los valores e intereses sociales y no puede ser neutral.
Sin embargo, la conclusión podría no ser tan rotunda si se presta atención a la ciencia como conocimiento, es decir, si prestamos atención al valor cognoscitivo de las teorías y otras expresiones del saber. Si de manera apresurada se extiende la no neutralidad predicada para la ciencia como actividad a la comprensión de la ciencia como saber se puede llegar a la negación de la objetividad científica; se podría sostener un ideal de compromiso social para la ciencia pero en este camino no veo la forma de retener el sentido de la honestidad intelectual entendida como compromiso con la objetividad. Agazzi lo expresa así: "se ha de concluir que la ciencia no puede ser neutral como actividad mientras lo es y debe serlo como saber" (p.71).
La ciencia es actividad y es saber. Ni lo uno ni lo otro por separado. Los límites entre ambas expresiones de la ciencia sólo pueden reconocerse con un propósito analítico. Sin embargo, como se verá de inmediato, esa distinción puede ser útil para explorar los diferentes sentidos de neutralidad mencionados antes.
Comencemos por la neutralidad como "desinterés". La actividad científica es inexplicable al margen de los intereses sociales. Esos intereses se expresa, por ejemplo, en el financiamiento de la ciencia, en las prioridades que para ella se establecen. Esos intereses, sin embargo, no niegan el interés por producir conocimiento objetivo, los intereses propiamente cognoscitivos que favorecen la objetividad. Más aún, los intereses que intentan instrumentalizar la ciencia y ponerla al servicio de los más variados fines, requieren del conocimiento objetivo que haga de la ciencia un saber útil. Las políticas científicas, los programas de investigación, las instituciones que articulan el trabajo científico no son neutrales respecto a los fines sociales que les dan vida, pero ello no hace del conocimiento obtenido la expresión de un interés económico o político particular, aunque su utilización sí suele subordinarse a ellos.
Veamos la idea de neutralidad como "independencia de prejuicios". Aquí la palabra prejuicio no tiene un sentido peyorativo; se refiere a "un cierto complejo preconstituido de convicciones, actitudes intelectuales, hábitos mentales, valoraciones, etc." (Agazzi, p.72). La ciencia vista como actividad no puede ser neutral respecto a los prejuicios así definidos. Cada individuo, colectividad, sociedad, época, portan tales prejuicios que influyen sobre el modo de hacer ciencia, en la elección de los campos de la investigación, prioridades en la enseñanza y otras expresiones de la práctica científica.
Debemos reconocer que esos prejuicios también influyen sobre la ciencia como saber. Los criterios de objetividad y racionalidad están sometidos a cierta contingencia y determinación histórica. La construcción de un saber objetivo siempre se logra dentro de marcos conceptuales y metodológicos prestablecidos. Los científicos deben tomar conciencia de los límites que imponen a la objetividad dichos marcos y esforzarse por subordinar sus conclusiones a las "buenas razones" (teóricas, lógicas, empíricas) que puedan aportarse dentro de esos marcos cuyos límites han sido críticamente evaluados. De este modo la ciencia como saber logra cierta neutralidad respecto a los prejuicios: "la ciencia como saber puede y debe ser neutral respecto a los prejuicios, tomando conciencia de ellos y de su parcialidad" (ibid, p.73).
Es obvio que esa capacidad de evaluación y crítica de los prejuicios es limitada y por ello la objetividad suele estar amenazada. La construcción de un saber objetivo exige la disposición permanente a discutir los prejuicios que informan las conclusiones científicas y a través de ello es alcanzable un grado razonable de neutralidad.
Al hablar de la neutralidad como "desinterés" nos referimos a los motivos que la conducen. Al abordar la neutralidad como "no estar al servicio de intereses" el acento recae en la posibilidad de instrumentalización de la ciencia. Al nivel de la ciencia como actividad no es posible imaginar tal tipo de neutralidad. Si observamos la ciencia como conocimiento objetivo, la conclusión debe ser diferente. La ciencia ha contribuido a promover dentro de nuestra civilización ese hábito moral que llamamos honestidad intelectual "o sea, aquella actitud de fondo que consiste en el rechazo a callar la verdad, a camuflarla, o a hacerla pasar por falsa, en obsequio a intereses de cualquier género, incluso si éstos fueran particularmente nobles y altruistas. Por eso no es posible renunciar a esta forma de neutralidad de la ciencia sin tener que pagar una cuota elevadísima en términos de quiebra de civilización" (ibid, p.76).
Desde luego que intereses muy diversos pueden penetrar el conocimiento científico; la honestidad intelectual debe constituir un antídoto para imponer límites a esa tendencia.
La neutralidad puede interpretarse también como "libertad de condicionamientos". La actividad científica está siempre sometida a condicionamientos; ellos definen prioridades, financiamientos, obstáculos. No se produce conocimiento en cualquier dirección y con pareja celeridad en todas las áreas. Sin embargo, la empresa científica, las instituciones que la llevan a cabo, las colectividades que en ella laboran, están obligadas a reivindicar cierto nivel razonable de autonomía, evitando así que el interés propiamente cognoscitivo, el propósito de hacer avanzar el saber sea excluido de los condicionamientos aceptables para la promoción de la actividad científica: "Si ésta renuncia a combatir una batalla tal acaba en el fondo renunciando a sí misma" (ibid, p.77).
El sentido de la neutralidad como "indiferencia respecto a fines" permite por una parte reconocer la diversidad de finalidades que pueden guiar la ciencia como actividad y por otra, identificar la finalidad distintiva y fundamental de la ciencia. Aún admitiendo que la ciencia puede perseguir diferentes finalidades en contextos diversos como la investigación, la aplicación, la enseñanza u otros (Echeverría, 1995), podemos admitir que su finalidad fundamental, el "fin definitorio y constitutivo del ámbito de la ciencia como saber" es la producción de conocimiento objetivo.
La ciencia no puede y no debe ser neutral respecto a diversos fines sociales, no puede alienarse respecto a ellos alegando que no le preocupan; esto sería miopía o hipocresía. Pero la ciencia sí debe reservar un espacio para la objetividad defendiendo su valor como fin auténtico.
Este recorrido por el tema de la neutralidad pretende dejar en pie que la naturaleza social de la actividad científica impide aceptar su neutralidad respecto a condicionamientos, fines, valores sociales. La ciencia guarda siempre un compromiso social. Los colectivos que aceptan o promueven la ciencia pueden y deben preguntarse en referencia a qué valores sociales, a qué prioridades e intereses desarrollarán su actividad.
Pero esto no disuelve el compromiso intelectual, la orientación permanente a desarrollar el conocimiento objetivo.
En lo que sigue intentaré someter a discusión diferentes enfoques que debaten el tema de la objetividad, la racionalidad y el progreso científico. Considero que esta discusión epistemológica es fundamental para el debate ético en ciencia.

Enfoques de la Ciencia

Casi todo el mundo acepta que la ciencia ha avanzado considerablemente. Ese éxito ha conducido a suponer que hay algo muy especial en la praxis científica, una cierta manera de proceder que permite develar las esencias más profundas de la realidad. A esa llave triunfadora se le ha denominado método científico. Así, los científicos armados del método son capaces de hacer progresar ininterrumpidamente el conocimiento hacia la verdad. En esta visión el afán de búsqueda de la verdad es el motor impulsor de ese avance. Los científicos son personas que actúan racionalmente, entendida la racionalidad como la capacidad de subordinar las teorías a los hechos de la realidad, y realizar las selecciones teóricas a partir de la evidencia empírica y teórica. Y ese progreso científico es la base del progreso humano, moral y material.
Verdad, racionalidad, progreso, método científico, son temas que han llenado volúmenes y son parte de una concepción de la ciencia que hacia fines del Siglo XX es puesta en duda.
Desde otras visiones filosóficas distintas, la ciencia se concibe una tradición entre otras. Nada hay en ella que la haga superior a otras tradiciones espirituales. Es más, ese paradigma de racionalidad y verdad ha sido inventado por los propios científicos en su provecho: esa es la fuente del poder de los expertos y parte de su estrategia de ascenso social.
Las teorías no son ni verdaderas ni falsas -según esta misma lógica- apenas son instrumentos convencionales para controlar y manipular la realidad. No existe el método científico ni la ciencia dispone de ningún recurso especial para conocer. Existen muchas otras experiencias cognoscitivas y espirituales que dicen más del mundo y de nosotros mismos que la ciencia.
Además, la tecnociencia degrada el ambiente, polariza la riqueza mundial, discrimina la mujer. La felicidad debe cuidarse de la racionalidad científica y su visión mutilada y empobrecida del mundo. Paul Feyerabend (1981) sugiere decir adiós a la razón. "con la idea de que la ciencia no posee ningún método particular, llegamos a la conclusión de que la separación de ciencia y no ciencia no sólo es artificial, sino que va en perjuicio del avance del conocimiento. Si deseamos comprender la naturaleza, si deseamos dominar nuestro contorno físico, entonces hemos de hacer uso de todas las ideas, de todos los métodos, y no de una pequeña selección de ellos. La afirmación de que no existe conocimiento alguno fuera de la ciencia extra scientiam nulla salus- no es más que otro cuento de hadas interesado". (p.301).
Llamo la atención sobre el carácter extremo de ambas perspectivas.
La educación científica, especializada y al nivel popular, debe saber colocar las cosas en su lugar. Según creo esto incluye fomentar una imagen crítica de la praxis científica y sus resultados, así como de sus resonancias sociales. Pero esa imagen crítica no puede conducir a despedir a la razón ni a equiparar la ciencia con cualquier otra tradición espiritual. La astrología puede ser atractiva pero no tiene la solidez intelectual (empírica, teórica, lógica)de la Mecánica Cuántica o la Cinética Molecular. Puede ser muy agradable estar tendido al sol especulando mentalmente sobre lo divino y lo humano pero difícilmente esto haga progresar sensiblemente el conocimiento de la realidad; es posible que el método científico no sea un algoritmo infalible pero es algo distinto a charlar o discutir sin fines o metódicas definidas.
Es verdad que la ciencia y la tecnología no garantizan el progreso social. La razón es simple: ellas no actúan en un vacío social. Sólo la política, la economía, la moral pueden convertirlas en aliadas del hombre o en sus enemigos.
En suma, debemos evitar la ingenuidad epistemológica y social respecto a ciencia y tecnología; no podemos suponerlas esencialmente verdaderas y benefactoras en sí mismas al margen de las actuaciones de los hombres y sus conductas políticas y morales.
Este punto es especialmente polémico. Hay toda una concepción que podríamos llamar "tradicional" y que encuentra sus referentes principales en la tradición del positivismo y el empirismo lógico y también en el criticismo popperiano que insiste en disociar la ciencia y sus metas sociales. Según esa concepción la discusión sobre la racionalidad científica debe limitarse a su capacidad de producir conocimiento objetivo, verdad. El efecto social benefactor de ello será una consecuencia de la actuación racional.
Según Vessuri (1987) "La prescripción metodológica fundamental de la ideología científica occidental académica es la separación del ámbito intelectual respecto de los factores psicológicos, sociológicos, económicos, políticos, morales e ideológicos. Los problemas intelectuales son claramente distinguidos de los problemas sociales, humanos. Se supone que tienen un carácter impersonal, objetivo, siendo concebidos como existentes con relativa independencia de los pensamientos, experiencias, objetivos y acciones de personas individuales. La racionalidad, los estándares científicos se argumenta- tienen que ver exclusivamente con la evaluación de las pretensiones de conocimientos, la evaluación de los resultados con respecto a la verdad, y su adecuación con relación a los hechos." (p.10).
Esa disociación entre conocimiento y valores sociales no parece muy oportuna a la luz de los usos diversos, a veces antihumanos, que puede tener el conocimiento. La aprobación de proyectos de investigación, la definición de prioridades en ciencia y tecnología, son procesos profundamente mediatizados por los valores e incluso por las ideologías. Me parece más oportuno concebir que las metas sociales son intrínsecas a los procesos de conocimiento y las matrices que las definen: proyectos, programas, políticas de investigación.
Por otra parte, el desarrollo del conocimiento es algo bastante más complejo de lo que parece a simple vista. La primera duda epistemológica procede de una inducción pesimista sobre los resultados de la historia de la ciencia. Vistas desde hoy muchas de las teorías del pasado revelan demasiadas deficiencias para suponerlas verdaderas y sí esto es así: ¿no serían apreciadas como erróneas nuestras actuales teorías cuando sean contempladas desde el futuro?
Otra duda proviene de las limitaciones de la inducción. Bertrand Russel (Porlan, 1995) ponía el ejemplo del pavo inductivista. "Este pavo descubrió que en su primera mañana en la granja avícola comía a las 9 de la mañana. Sin embargo, siendo como era un buen inductivista, no sacó conclusiones precipitadas. Esperó hasta que recogió una gran cantidad de observaciones del hecho de que comía a las 9 de la mañana e hizo estas observaciones en gran variedad de circunstancias, en miércoles y en jueves, en días fríos y calurosos, en días lluviosos y soleados. Cada día añadía un nuevo enunciado observacional a su lista. Por último, su conciencia inductivista se sintió satisfecha y efectuó una inferencia inductiva para concluir: siempre como a las 9 de la mañana. Pero ¡ay! se demostró de manera indudable que esta conclusión era falsa cuando, la víspera de Navidad, en vez de darle la comida le cortaron el cuello". (pp. 31-32).
Es verdad que disponemos de observaciones, experimentos y en general de la práctica social para valorar el mérito de las teorías pero ellas no son jueces suprahistóricos y omnipotentes: sus capacidades evaluadoras dependen también del desarrollo histórico que las envuelven. El cielo no es igual para nosotros antes y después del telescopio. Las teorías sobre el origen del universo o la teoría psicológica de la personalidad sólo pueden evaluase con los recursos disponibles hoy. Pero mañana habrá otros, seguramente mejores.
Por eso la idea de que la ciencia busca la verdad suponiendo que se trata de un proceso que nos conduce a una verdad única y universal y que a lo largo de ese extenso camino vamos obteniendo resultados cognoscitivos (teorías, por ejemplo) incontrovertibles, verdades absolutas, es insostenible a la luz de la historia de la ciencia. Desde ésta parece imponerse la imagen del conocimiento como un proceso a lo largo del cual crece la verosimilitud del conocimiento disponible y con él la capacidad de resolver problemas y controlar y manipular la realidad. Esta capacidad creciente, por demás, es un buen argumento para sostener que conocemos efectivamente un mundo que existe más allá e independientemente de las representaciones que tengamos de él.
Es decir, según creo, la historia de la ciencia, demuestra que el hombre puede conocer el mundo, obtener conocimiento objetivo. Pero esto no conduce a identificar la objetividad del conocimiento (es decir su adecuación en cierto grado a la realidad, a la naturaleza, al mundo) y la verosimilitud creciente de las teorías que crea el hombre (es decir que en ellas hay contenidos de verdad que se incrementan con el desarrollo de la ciencia) con la imagen del conocimiento como algo infalible y definitivamente probado. El proceso del conocimiento y sus productos transitorios están siempre condicionados por el contexto histórico social y el nivel de la praxis que es propio de cada época.
Por eso, junto a la confianza en las capacidades cognoscitivas del hombre (de nosotros mismos) hay que sostener una actitud crítica ante cada uno de sus resultados. Todo conocimiento es perfectible. Y no hay un método infalible, sea inductivo, deductivo o de cualquier tipo que garantice la certeza del conocimiento.
Existen, eso sí, estrategias generales de búsqueda del conocimiento, pero no hay reglas algorítmicas infalibles. A cada paso de su labor el científico tiene que ir adoptando decisiones sobre lo que va estudiar y cómo lo va a estudiar, sobre los factores que considerará relevantes para sus estudios, sobre las influencias teóricas que aceptará o que rechazará. Todo ello se basa en una capacidad teórica que sólo se aprende investigando, preferiblemente en contacto con personas que saben hacerlo. La ciencia es una tradición, una cultura con sus propios valores, ritos, criterios de evaluación; es sumergiéndose en esa tradición donde los jóvenes aprenden a discernir las mejores estrategias para una investigación dada y los recursos tácticos que a cada paso deberán movilizar.
Fíjense que el planteamiento anterior nos conduce a la idea de la ciencia como una empresa colectiva. En la ciencia contemporánea no existen los Robinson Crusoe. La discusión colectiva es decisiva, de ahí que la noción de comunidad científica sea hoy vital para entender la práctica científica.
Esa noción que fue popularizada por Kuhn a partir de la publicación de La Estructura de las Revoluciones Científicas en 1962 apunta a la dimensión colectiva del trabajo científico. Es bueno que entendemos que la ciencia contemporánea se hace en el seno de comunidades lo cual tiene diversas implicaciones. Una comunidad científica no es una suma aleatoria de personas que comparten un local de trabajo. Es algo más: las comunidades científicas suelen compartir paradigmas, es decir modelos de solución de problemas. Las comunidades suelen ser grupos donde se comparten enfoques, métodos, objetivos, lo que genera un cierto cierre profesional que afecta la comunicación con los que comparten otros paradigmas. Un psicólogo de la Gestalt y otro Skinneriano dialogan con mucha dificultad. De modo que la adscripción paradigmática es prácticamente imprescindible en tanto a través de ella nos incorporamos a una tradición existente. Pero también aquí encontramos una fuente de dogmatismos pues es difícil descubrir lo que de valioso pueda haber más allá del paradigma que compartimos y por el que se nos juzga y evalúa en el seno de la comunidad a la que pertenecemos.
La ciencia avanza a través de la construcción de consensos comunitarios. La naturaleza, la realidad nos proporciona respuestas, hechos, a las preguntas que le formulamos a través de experimentos y observaciones. Pero son los investigadores y otros profesionales los que interpretan, evalúan y adoptan conclusiones respecto a esa información. Y ello depende del equipamiento disponible, los marcos teóricos utilizados, la sagacidad interpretativa de las personas y colectivos que evalúan los resultados, entre muchos otros factores. En la medida en que la ciencia es una empresa colectiva, la construcción de consensos, a través del debate, la polémica y las controversias, se convierte en un asunto de suma importancia.
S. Toulmin (1977) advierte este hecho e incluso subraya el papel que en la certificación del conocimiento verdadero juegan lo que él llama "los grupos de referencia", es decir las personas que por razones intelectuales o de posición social tienen un papel más relevante: "debemos ahora prestar atención a los procedimientos de selección realmente usados para evaluar los méritos intelectuales de cada nuevo concepto, y es menester relacionar estos procedimientos mismos con las actividades de los hombres que forman, por el momento, el grupo de referencia autorizado de la profesión implicada. En esta medida, hallaremos que la historia disciplinaria o intelectual de la empresa interacciona con su historia profesional o sociológica, y sólo podemos separar la historia interna de las vidas de los hombres que tienen esas ideas al precio de una excesiva simplificación". (p.153).
En otras palabras, el movimiento del conocimiento, la acreditación de la verdad debe ser relacionada con los marcos institucionales donde se produce. Barry Barnes (1977) es muy enfático en cuanto a esto: "el conocimiento no es producido por individuos que perciben pasivamente, sino por grupos sociales interactuantes comprometidos en actividades particulares. Y es evaluado comunalmente y no por juicios individuales aislados. Su generación no puede ser entendida en términos de la psicología, sino que debe darse cuenta de ella con referencia al contexto social y cultural en el cual surge. Su mantenimiento no es sólo un asunto de cómo se relaciona con la realidad, sino también de cómo se relaciona con los objetivos e intereses que posee una sociedad en virtud de un desarrollo histórico".(p.2)
Kuhn (1982) introduce una similitud entre las revoluciones científicas y políticas que es ilustrativa del papel de la comunidad y las controversias que desarrolla. Según su punto de vista, lo mismo que en la revolución política, en la elección de paradigma tampoco hay nivel superior al del consenso de la comunidad correspondiente. Esto significa que para explicar las revoluciones científicas, tenemos que examinar no sólo el impacto de la naturaleza y de la lógica, sino también las técnicas de argumentación persuasivas que desarrollan los grupos dentro de la comunidad de científicos.
El problema de los paradigmas tiene otra consecuencia. Los paradigmas pueden fortalecer los cierres profesionales y el aislamiento disciplinario. Sin embargo, una de las características del desarrollo científico del siglo XX es el incremento de diferentes formas de integración horizontal (trabajo en equipos, multidisciplinariedad, interdisciplinariedad, transdisciplinariedad) como recurso necesario para generar nuevos conocimientos y tecnología. En gran medida el desarrollo científico de vanguardia se está produciendo en los puntos de contacto entre diversas disciplinas. Se habla de la "recombinación genética" entre disciplinas y la producción permanente de productos cognitivos híbridos. El estudio de procesos complejos exige de investigaciones complejas que promuevan la multi, la inter y la transdisciplina (Morin, 1984). "Los transgresores de fronteras" pueden ser hoy más cotizados que los especialistas estrechos, pero la adscripción paradigmática no favorece este proceso. Esa es una tensión real que presenta la educación científica.
El asunto de la comunidad científica requiere una observación adicional desde el Tercer Mundo. Las comunidades de la periferia de la ciencia se caracterizan por la inferioridad numérica (casi nunca hay lo que se suele llamar "masas críticas", es decir, el número de personas que permitan articular un trabajo colectivo); a esto se suma que las revistas, libros y otras publicaciones se gestan en los países del "Centro" y el arbitraje de lo que se va a publicar se realiza según los criterios de esos países. Así, lo que se juzga como relevante, lo que se premia, las invitaciones a congresos, becas, etc. se definen con criterios del "Centro".
Es posible la ciencia sea la más transnacional de las empresas modernas.
Puede ocurrir que un trabajo sea relevante a nivel local (una innovación técnica, el caso de una nueva fuente de energía) pero signifique poco en relación a las prioridades del "Centro". En ese caso el científico encontrará escasas posibilidades de publicar, recibir honores. Esto conduce a las personas a frustraciones y es parte de los estímulos a la fuga de cerebros que las potencias cultivan con toda intención.
Lo que quiero observar es que este asunto de la fuga de cerebros, que tiene desde luego componentes políticos y económicos, posee también una base cognitiva: la corriente principal del conocimiento tiene una clara localización en el "Centro" y ello tiene notables consecuencias para las personas que se quieren desarrollar en el campo científico.
Nuevamente surge la conclusión de que la ciencia, la tecnología, la producción y legitimación del conocimiento requieren de un marco político y económico apropiado. Ese marco debe encargase de reconocer a la ciencia y la tecnología como recursos significativos y ofrecer a los científicos el estímulo que su trabajo necesita. En la "Periferia" la ciencia requiere una dosis de patriotismo, de compromiso social que difícilmente pueden engendrar las sociedades donde el individualismo es un valor dominante.

La Racionalidad y el Progreso Científico

Ahora volvamos un poco atrás. Me he esforzado por aclarar la naturaleza discutible de todo conocimiento y cómo la asimilación por parte del científico de determinados paradigmas tiene que ver no sólo con la cuota de verdad que ellos puedan contener sino también con compromisos grupales e institucionales.
Esta observación no es intrascendente. Al menos desde el Siglo XVII se viene discutiendo con asiduidad cuál es la fuente más segura del conocimiento. Las tradiciones del empirismo y el racionalismo han pugnado por aclarar en qué radica esa certeza. El empirismo ha votado favor de la subordinación del pensamiento a los datos y hechos que nos ofrecen la verdad. Más o menos es esto: hay que tomar y estudiar la naturaleza sin prejuicios, sin preconcepciones, sin especulaciones, sin influencias teóricas o valorativas que empañan la "lectura de los datos" que se obtienen a través de la inducción. Según esta concepción existe una base empírica incontestable y lo único que cabe al pensamiento es subordinarse a ella. Este es el camino de la verdad.
La tradición del racionalismo atribuye su mayor protagonismo a la razón, a la actividad del pensamiento. La fuente de la verdad está en el uso riguroso de la lógica.
Un racionalista como Gaston Bachelard insistía en que el "vector epistemológico" va del pensamiento a la realidad y no a la inversa.
Según la perspectiva del conocimiento que intento defender en estas páginas, no existe una manera única de asegurar la certeza del conocimiento. Veamos esto un poco más.
El papel activo del sujeto del conocimiento está fuera de discusión. Esos sujetos son parte de comunidades, sociedades, épocas y en ellos conforman sus capacidades cognitivas y los instrumentos para indagar la realidad. Por ello, la percepción del mundo varía de una época a otra. Sólo en el último siglo nos hemos acostumbrado a atribuir a la realidad la existencia de electrones. Hoy es un lugar común hacerlo, mas un siglo antes esto era impensable. Sólo desde Freud el problema del subconsciente puede ser de interés. Los paradigmas son maneras de ver el mundo que van cambiando con el tiempo. Con ellos cambian las preguntas que les hacemos a la realidad y los métodos para estudiarlas.
Barry Barnes (1977) resume el asunto así: "(el conocimiento también es producto de recursos culturales dados), el viejo conocimiento es de hecho una causa material en la generación del nuevo conocimiento (por ello) la racionalidad del hombre sola no basta ya para garantizarle acceso a un solo cuerpo permanente de conocimiento auténtico; lo que pueda llegar dependerá de los recursos cognoscitivos que le sean disponibles y de las maneras en que sea capaz de explotar dichos recursosDescubrir lo anterior implica examinar la generación del conocimiento dentro de su contexto social como parte de la historia de una sociedad particular y su cultura; los hombres racionales en diferentes culturas pueden representar la realidad de maneras diferentes, incluso contradictorias". (p.20).
Los conocimientos no están en la realidad, los construye el hombre; pero no el hombre aislado y ahistórico sino el hombre en comunidad, el hombre en sociedad. Así las cosas, el proceso de conocimiento puede ser concebido como un proceso de construcción social de conocimientos, que supone un diálogo, una relación de doble tráfico, entre razón y experiencia, entre teoría y empiria.
Esta formulación subraya la complejidad epistemológica, sociológica, ética, inherente al proceso de conocimiento.
No hay fundamentos indudables, instancias últimas inapelables para argumentar la verdad de un conocimiento; ni el sujeto implicado en su construcción practica una racionalidad desposeída de aspectos valorativos, preconcepciones, prejuicios. La subjetividad -no el subjetivismo- es algo inherente a la praxis científica: pasión, prejuicio, orgullo, porfiada terquedad también son, como dice Feyarbend, parte del juego de la ciencia.
Según Kuhn, la observación y la experiencia pueden y deben limitar drásticamente la gama de las creencias científicas admisibles o, de lo contrario, no habría ciencia. Ellas por sí solas no pueden determinar un cuerpo particular de tales creencias. Según su punto de vista un elemento aparentemente arbitrario, compuesto de incidentes personales e históricos, es siempre uno de los ingredientes en la formación de las creencias sostenidas por una comunidad científica dada en un momento determinado.
En Filosofía de la Ciencia, sobre todo desde los años cincuenta y más aún en los sesenta, se hizo común el reconocimiento de la "carga teórica de la observación". Miramos siempre la realidad desde "espejuelos" cuyos cristales están construidos con los materiales culturales propios de una época. No existe la posibilidad de acceder a la verdad de modo virginal: estamos siempre conducidos por las teorías, las filosofías, las preferencias metodológicas y otras que hemos recibido de la cultura científica disponible y en particular de la educación científica recibida. Fue Kuhn uno de los primeros en llamar la atención sobre el papel de la educación en la ciencia. Es allí donde se inicia la inscripción cultural del científico, proceso que continuará a lo largo de toda su carera profesional. Más aún Kuhn consideró que esa iniciación es siempre dogmática. El científico casi nunca es adiestrado para cuestionar el conocimiento recibido sino para aceptarlo y usarlo. Si todo lo dicho hasta aquí es cierto pueden ustedes juzgar las consecuencias de ese acto de asunción acrítica del saber.
Al acento relativista que procede de la carga teórica de la observación se suma el "principio de la infradeterminación". Como se ha explicado (González García et.al, 1996) este principio es la fuente de muchos enfoques sociales de la ciencia (su "base filosófica", dice Bruno Latour). Su argumento es que la evidencia empírica es insuficiente para determinar la solución de un problema dado, debido a que siempre es posible proponer hipótesis o teorías distintas que sin embargo se apoyen en la misma base empírica. Puede ocurrir que durante las controversias científicas proposiciones teóricas diferentes apelen a la misma evidencia empírica y sin embargo generen explicaciones diferentes de ella. Es el caso, por ejemplo, de la polémica entre el ambientalismo y el hereditarismo en la explicación causal de la conducta.
El corolario es que al ser insuficiente la evidencia empírica los factores epistémicos no son suficientes para definir el debate y entonces es preciso apelar a factores técnico-instrumentales que favorecen unas u otras interpretaciones y también a diversos factores sociales (criterios de autoridad, intereses, sesgos profesionales, entre otros).
Tampoco las controversias sobre prioridades en los descubrimientos, asignación de recursos, definición de políticas científicas, decisiones sobre desarrollos tecnológicos, se agotan con argumentos empíricos y suelen propiciar la intervención de factores contingentes y contextuales.
Pero esto no hace de la ciencia una empresa irracional ni del cambio científico un juego arbitrario. En cada sociedad concreta, dentro de cada marco conceptual o paradigma disponible, es posible reunir argumentos empíricos y teóricos que permitan escoger unas proposiciones científicas sobre otras. Existen resultados de experimentos y observaciones, hay teorías aceptadas que se consideran bien fundamentadas, con las cuales las nuevas ideas pueden ser comparadas; el éxito de los conocimientos aceptados para expresar los fenómenos conocidos y predecir otros nuevos también es un buen criterio para juzgar la verdad del conocimiento. También hay marcos filosóficos más respetables que otros. Es decir, para ciertos fines cognoscitivos (resolver determinados problemas planteados) es posible disponer de "buenas razones" para tomar decisiones teóricas y empíricas en el campo científico. Tal modo de proceder hace de la empresa científica una empresa racional. Los que no aceptan esta conclusión buscarán las "buenas razones" en otra parte, por ejemplo, considerarán que las adhesiones científicas se basan en esfuerzos por maximizar el prestigio personal y las ganancias de diverso orden de los científicos. Si esto fuera así la ciencia no sería una empresa racional en términos cognitivos. Sus finalidades serían otras y la racionalidad predicada podría ser política, económica o de otro tipo, pero nunca científica.
De todos modos no hay que echar en saco roto lo juicios de los críticos de la racionalidad científica. Hay que admitir que las distorsiones y la sustitución de fines cognitivos por otros de naturaleza menos epistemológica es siempre posible.
Michel Foucault, obsesionado por la relación entre conocimiento y poder, llegó a decir que cada sociedad tiene su "régimen de verdad", es decir, cada contexto tiene su "filtro" que define lo que es aceptable o no en términos del conocimiento y también señalaba que debía admitirse que el poder produce saber, que saber y poder se implican directamente el uno al otro; que no existe relación de poder, sin constitución correlativa de un campo de saber.
Max Plank en su autobiografía se quejaba de la resistencia que las generaciones de científicos "en el poder" ejercen al cambio científico. La autoridad -que no es sólo científica- juega un papel importante en la validación del conocimiento, en lo que se juzga como conocimiento relevante. Años más tarde Plank se opondría al Premio Nobel de Einstein ratificando con ello que la lucha entre lo viejo y lo nuevo es propia del campo científico.
En resumen los procesos de producción y legitimación del conocimiento no son ajenos a conflictos de poder, generacionales, entre otros.
En los tiempos que corren donde "el templo" de la ciencia se llena de "mercaderes", de gente buscando hacer negocios y donde el problema no es tanto qué se puede hacer sino qué se debe hacer, el "controlético" de la práctica científica es imprescindible.
Pero recordemos que la actividad científica es una empresa colectiva. Existe la discusión científica, las publicaciones, los juicios de pares, es decir, la empresa científica está dotada de controles comunitarios que reducen el margen a la charlatanería. Ese control colectivo debe estar permanentemente activado pero tampoco él lo garantiza todo.
El empirismo de corte neopositivista veía en la aplicación del método y en la verificación empírica de las teorías a través del más puro inductivismo la garantía de la verdad. Popper se dio cuenta de la fragilidad del inductivismo y sugirió que las teorías nunca pueden ser totalmente verificadas (miles de cisnes blancos no pueden asegurar la proposición "los cisnes son blancos") porque siempre es posible que aparezca un cisne negro. Sin embargo, ese sólo cisne negro permite asegurar que "no todos los cisnes son blancos". En otras palabras las teorías pueden ser refutadas (falseadas) pero no verificadas. Para él la empresa científica es esencialmente deductiva: es a partir de hipótesis generales que se producen las contrastaciones empíricas. Deducción en lugar de inducción y falsación en lugar de verificación. Junto a esto Popper sustituyó la meta de alcanzar una quimérica verdad por la idea del incremento de la verosimilitud de las teorías, algo más modesto.
Desde esta perspectiva la racionalidad científica no consiste en verificar teorías por vía inductiva sino en elaborar hipótesis y someterlas a test muy severos para refutarlas o aceptarlas provisionalmente.
Para Popper la actitud realmente científica consiste en someter las hipótesis, incluso las propias, a la refutación permanente. Imre Lakatos, filósofo húngaro ya fallecido, incisivamente le preguntó: ¿conoce usted a algún científico que se proponga refutar sus propias proposiciones?
Repasen ustedes las revistas científicas guardadas en las bibliotecas de sus facultades y verán que esa no es la actitud científica normal. Más bien hay resistencia al cambio y creación de hipótesis ad hoc para evitar que las ideas básicas contenidas en las teorías sean refutadas. Esto es lo normal.
De todos modos tanto en el empirismo lógico como en el falsasionismo popperiano no se pone en duda la racionalidad y el progreso de la ciencia.
Fue Robert Merton (1980), sociólogo, creador de la Sociología de la Ciencia, quien compartía esos ideales, el que propuso ciertas normas que garantizasen el ejercicio de la racionalidad y el progreso cognoscitivo. Esas normas: comunismo, desinterés, universalismo y escepticismo organizado, constituían el "ethos de la ciencia" cuyo custodio es la propia comunidad. Así, una empresa racional por sí misma se protegía de las "tentaciones mundanales" sobre la base de un código ético normativo. Los científicos individualmente podían desviarse pero la comunidad se encargaba de evaluarlos y corregirlos. Voy a explicar brevemente el contenido de estas normas.
El Universalismo es quizás la más importante de las normas que forman el ethos científico. Las pretensiones de verdad deben ser sometidas a criterios impersonales tales como la adecuación a la experiencia y el conocimiento confirmado. Lo que importa son las pruebas y los argumentos, no el origen social, raza o sexo del que propone las ideas. El Universalismo debe abrir el camino al talento.
El Comunismo subraya que los hallazgos de la ciencia son producto de la colaboración social y por tanto son asignados a la comunidad. Las aportaciones son una herencia común, el derecho del productor individual se limita al reconocimiento por el aporte. Los productos del conocimiento son socializados preferentemente a través de las publicaciones, lo que se favorece porque las instituciones presionan a los individuos a publicar para expandir el conocimiento y satisfacer con ello ciertos estándares de calidad. Así, el científico intercambia conocimiento por reconocimiento de los restantes investigadores y la comunidad en su conjunto.
La norma del Desinterés indica que no se debe aspirar a más beneficio que el proporcionado por la satisfacción que produce el resultado alcanzado y el prestigio que de él se derive.
El Escepticismo Organizado es un mandato metodológico e institucional: dudar, poner en tela de juicio otros enfoques, etc. es propio de la actuación científica; no hay límite entre lo profano y lo sagrado.
A lo largo de varias décadas estas normas han sido intensamente debatidas y cuestionado su grado de correspondencia con la práctica científica real. Se ha dicho que pertenecen a la ciencia académica decimonónica y no tanto a las formas que la práctica científica adquiere envuelta en la actual revolución tecnológica y los intereses económicos y las políticas que la mueven.
Lo que se debe enfatizar es que este planteamiento sociológico es solidario del enfoque neopositivista y popperiano porque sugiere una racionalidad científica más o menos incontaminada por todo lo que no sea la búsqueda de la verdad y el método en que esa búsqueda descansa. Se trata de la metáfora de la caverna: la ciencia es una suerte de caverna a cuyo interior reina la racionalidad pura (inductiva o deductiva, neutral siempre) y a su exterior aguardan los conflictos sociales sin penetrarla, sin afectarla.
T.S.Kuhn (1982) a través de su estudio de la historia de la ciencia llegó a la conclusión que toda esa construcción articulaba una imagen mítica de la ciencia que no se correspondía con la historia real. Esa historia ponía en evidencia la influencia de factores no epistémicos en el desarrollo del conocimiento. No bastaba la suma de razón y experiencia para explicar la actividad científica. La ecuación había que completarla.
Para Kuhn los compromisos comunitarios, los rasgos psicológicos de los científicos, las ideas metafísicas que les influyen, la educación recibida, entre otros, condicionan considerablemente la actividad científica.
Según su punto de vista, el conocimiento no evoluciona de manera acumulativa, mediante nuevas verdades que se van sumando a las viejas como paredes que se levantan a partir de ladrillos, progresivamente. Por el contrario, la ciencia experimenta revoluciones que derriban viejos paradigmas y fundan nuevos. Hay períodos de "ciencia normal" bajo el dominio de algún paradigma y etapas revolucionarias o de "ciencia extraordinaria".
En esos procesos hay pérdidas, retrocesos, cambios en las explicaciones de los fenómenos del mundo. La ciencia no es entonces un proceso acumulativo de verdades. Los paradigmas nuevos son simplemente distintos a lo que les preceden: unos y otros son "inconmensurables", no se le puede comparar. Esto pasa, según Kuhn, entre la mecánica clásica de Newton y la mecánica relativista de Einstein.
En la interpretación instrumentalista de las teorías se dice que estas son invenciones más o menos arbitrarias que se introducen para relacionar los datos disponibles y predecir otros. En esta perspectiva palabras como mundo, verdad, objetividad, carecen de interés. Sin embargo, la existencia del mundo objetivo es el dato de partida en cualquier investigación. Puede haber algo de convencional en afirmar que el delfín es un mamífero pero no hay convención que permita decir que es un crustáceo. El hecho de que la realidad objetiva es independiente de nuestras representaciones sobre ella impone límites a la especulación y la fantasía. Y si la verdad es un compromiso móvil, cambiante, aproximado, entre representación y realidad, entonces no se puede dudar que los científicos se interesan por la verdad o al menos la toman como referencia implícita en su trabajo.
Insisto, aunque los científicos trabajan en la solución de problemas y estos pueden ser muy prácticos, suelen adoptar como referencia la idea de verdad. Cuando un científico presenta un artículo para su publicación y lo somete al arbitraje de una revista y ese trabajo es o no aceptado, los argumentos en favor o en contra del artículo, en los que se recurre a buenas razones (teóricas, experimentales, lógicas) tienen como referencia última la idea de que en la ciencia se producen conocimientos que pueden ser verdaderos y/o erróneos y esas características verdaderas o falsas influyen en la aceptación del conocimiento.

Progreso de la ciencia e ideal ético.

Al evaluar la idea de progreso hemos tenido en cuenta argumentos epistemológicos y lo hemos considerado en términos de verdad.
Pero algún otro requisito debería imponérsele desde una visión ética y humana. El progreso en la ciencia -y la tecnología- debería suponer una mayor capacidad para ayudar a resolver los grandes problemas humanos, o atenuar los enormes desequilibrios que son propios del mundo de hoy.
Eso, desde luego, no depende sólo de la ciencia y los científicos. El problema es que la ciencia es un fenómeno social. La actividad científica es una actividad humana entre otras y está enlazada con las restantes dimensiones de lo social: política, económica, moral, entre otras.
Según Mendelsohn (1977) "La ciencia es una actividad de seres humanos que actúan e interactúan, y por tanto una actividad social. Su conocimiento, sus afirmaciones, sus técnicas, han sido creados por seres humanos y desarrollados, alimentados y compartidos entre grupos de seres humanos. Por tanto el conocimiento científico es esencialmente conocimiento social. Como una actividad social, la ciencia es claramente un producto de una historia y de un proceso que ocurre en el tiempo y en el espacio y que involucra actores humanos. Estos actores tienen vida no sólo dentro de la ciencia, sino en sociedades más amplias de las cuales son miembros". (p.3).
Sin embargo, la inmensa mayoría de la Filosofía de la Ciencia ha carecido de una comprensión social de la ciencia. Centrada en la verdad, el método, la racionalidad y otros temas semejantes, ha prestado poca atención a las sociedades donde esos procesos tienen lugar.
La fuerza de las ideas seminales de Marx radica en que el análisis del conocimiento tiene lugar en el interior de una comprensión de la sociedad. En esta perspectiva Teoría Social y Teoría del Conocimiento deben fecundarse recíprocamente. En palabras de Horkheimer (1978) "Separada de una teoría particular de la sociedad, toda teoría del conocimiento permanece formalista y abstracta. No sólo expresiones como vida y producción, sino también términos que aparentemente son específicos de la teoría del conocimiento, tales como verificación, confirmación, prueba, etc. permanecen vagos e indefinidos a pesar de las más escrupulosas definiciones y traducciones al lenguaje de las fórmulas matemáticas, si no están en relación con la historia real y son definidos como parte de una unidad teórica comprenhensiva". (p.426). En la tradición dialéctico materialista el conocimiento, la ciencia y la tecnología, sólo pueden comprenderse como dimensiones de la totalidad social y sólo se les puede explicar con relación a esa totalidad.
Por ello para la teoría que viene de Marx los problemas políticos, económicos, morales, no son ajenos a la ciencia. Las relaciones ciencia-sociedad no son instancias que interactúan a distancia (recordar la metáfora de la caverna) sino auténticas relaciones de constitución.
La ciencia -y la tecnología- son procesos sociales y su funcionamiento y desarrollo es impensable al margen del contexto social que los envuelve y condiciona.
Esta perspectiva enriquece el ideal de la racionalidad científica. No basta con plantear metas cognitivas sino de enlazarlas con otras de carácter social y humano. La selección de problemas y las estrategias para resolverlos deben tener en cuenta los intereses humanos más amplios. El planteamiento de fines a la ciencia no cabe en la sola idea de "la búsqueda de la verdad". También hay que buscar el bienestar humano.

Por una epistemología social

Las páginas anteriores han intentado delinear una posición epistemológica que defiende la objetividad científica a la par que evita un realismo ingenuo para lo cual incorpora la idea de que el conocimiento es un proceso de construcción social donde la subjetividad - no el subjetivismo- tiene un papel importante.
La naturaleza social del conocimiento es destacada también en el sentido de insistir en su función social y el compromiso y la responsabilidad de la ciencia y los científicos.
Una propuesta epistemológica de esta naturaleza exige desbordar los límites de la epistemología tradicional e incorporar las contribuciones de la sociología y la historia de la ciencia. De esa síntesis emerge una imagen de la ciencia que subraya su condición de proceso (y producto) cultural, histórica y socialmente condicionado.
A continuación intentaré resumir varias de las tesis más importantes que articulan este enfoque.
  1. Es preciso aceptar el ingrediente ontológico del realismo filosófico: el carácter verdadero o falso de las teorías científicas (u otros productos cognitivos) depende de su capacidad de asumir, "incorporar" el mundo que existe independientemente de ellas. Este es el viejo asunto del materialismo filosófico al cual Lenin dedicó especial atención en Materialismo y Empiriocriticismo.
  2. También es pertinente el ingrediente epistemológico del realismo: en principio es posible tener "buenas razones" para escoger entre teorías o diferentes cursos de acción en la ciencia. La ciencia no es una actividad arbitraria, no todo vale.
  3. Los conocimientos son construcciones sociales pero fuertemente anclados a la realidad: tienen que servir para explicar, predecir, manipular. Y a través de esos procesos se ponen a prueba.
  4. La tesis de la verosimilitud es correcta: la secuencia histórica de las teorías científicas es una secuencia de teorías verdaderas o aproximadamente verdaderas. Hay progreso en la ciencia pero no es lineal, ni acumulativo, ni simple. Además, el progreso científico debe también medirse en el cumplimiento de los ideales sociales y humanos de la ciencia.
  5. Me parece justa la tesis del relativismo moderado: es preciso comprender la conexión entre los conocimientos y el contexto social, cultural. La objetividad es un proceso que se construye a partir de marcos conceptuales, paradigmas, contextos de comunicación, adscripciones disciplinarias, consensos.
  6. La ciencia (y mucho más la tecnociencia) no es sólo una actividad teórica, es una actividad social, institucionalizada, portadora de valores, cultura. Hay que comprender la inscripción histórica, social y cultural de la ciencia.
  7. La ciencia es un proceso social profundamente relacionado con la tecnología, lo que acentúa la influencia sobre ella de muy variados intereses sociales, económicos, políticos, entre otros. Las fuertes interacciones entre ciencia, tecnología e intereses impiden disociar la ciencia de sus metas e impactos.
  8. Hay que proponerse superar el paradigma simplificador que de modo oculto gobierna nuestros actos epistémicos y promueve la búsqueda de generalizaciones abstractas, disyunciones, simplificaciones. Hay que evitar que la información abrumadora conduzca a la ignorancia. Se necesitan estructuras teóricas que soporten la información. Hay que evitar que el orden epistémico vigente, orientado a la superespecialización, impida enriquecernos con visiones más complejas de la realidad (Morin, 1984).
  9. No existe teoría de la ciencia desvinculada de una teoría de la sociedad. La sociedad puede ser vista como un conjunto pluridimensional donde cada fenómeno, incluso la elaboración de conocimientos, cobra sentido exclusivamente si se le relaciona con el todo: el conocimiento aparece como una función de la existencia humana única; función de la actividad social desenvuelta por hombres que contraen relaciones objetivamente condicionadas; del carácter de esas relaciones depende la producción y orientación social de la ciencia.
  10. Las prácticas científicas y educacionales siempre se relacionan con ideales epistémicos, por tanto ellas requieren de una permanente "vigilancia epistemológica" que se apoya no sólo en el conocimiento científico sino en el conocimiento sobre la ciencia.

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