ELIZABETH HOLMES UN ICONO DE LA ARISTOCRACIA TECNOLÓGICA, REINA DEL CINISMO (HOY)
La historia de la empresaria es el periplo de un ícono de la aristocracia tecnológica transformada en reina del cinismo. Su vida, en espejo con Silicon Valley.
La creadora de la compañía que terminó en fiasco fue comparada con Steve Jobs.
La la película documental The Inventor: Out for Blood in Silicon Valley cuenta la historia de Elizabeth Holmes, la fundadora de una de las empresas más importantes de Silicon Valley. Presentada en el Festival de Sundance y luego emitida por HBO, la fascinación que evoca revela, al menos, una gran verdad de nuestra época: la convivencia entre la ilusión posthumanista de una vida eterna y la desmesurada ilusión de hipereficiencia del semiocapitalismo postindustrial.
Por eso la confianza que Elizabeth Holmes tiene en su proyecto biomédico en Silicon Valley, imperturbable ante el pronóstico de que nueve de cada diez start-ups fracasan, se recibe con muchísimo entusiasmo en el establishment tecnocorporativo que convierte a su empresa Theranos en un emprendimiento de 9.000 millones de dólares. Para lograr este objetivo, desde los 19 años Elizabeth Holmes ya se perfila como un prodigio. Señalada rápidamente como la heredera de Steve Jobs, y por eso mismo demasiado creativa e innovadora para someterse a las rígidas convenciones de la academia, abandona su carrera universitaria y se muda a las fértiles praderas de aquel valle geek.
Inmortalidad en Silicon Valley
La promesa de Theranos no es revolucionar la tecnología biomédica sino también la vida humana. Con tan solo una gota de nuestra sangre, Theranos podía ofrecer resultados de laboratorio con toda la variedad de parámetros que se evalúan en los exámenes bioquímicos de rutina: desde un simple recuento de glóbulos rojos o un test de HIV hasta complejos biomarcadores. Sin embargo, las posibilidades reales de Edison, el nombre con el cual Holmes bautiza a la pequeña máquina usada para procesar las muestras, son desde el principio tan prometedoras como inciertas. Mientras tanto, la facilidad y la comodidad del test y los bajos costos parecen destinadas a cambiar por completo las reglas del mercado biomédico, democratizando el acceso a estudios bioquímicos en un país donde la salud pública dista mucho de ser un derecho universal y reforzándolos como bienes de consumo.
En el documental esto último se ve con mayor claridad cuando la propia Holmes explica que una de las primeras estrategias de venta de Theranos será lanzar gift cards que, según su valor, permitan al agasajado acceder a exámenes más o menos exhaustivos. Si lo habitual era un control anual, este invento estaba destinado a inaugurar la posibilidad de chequeos mensuales e incluso diarios, facilitando así la investigación de nuevos marcadores biológicos útiles para la detección cada vez más precoz de enfermedades. Pero si esto suena demasiado exagerado y conjetural es precisamente porque lo es. La investigación y el desarrollo de tecnologías médicas es un proceso lento, metódico y científicamente sustentado, características de las cuales carece Theranos.
Aun así, no hubo ninguna objeción entre los muchos entusiastas que financiaron y vitorearon el proyecto, incluyendo a figuras del establishment político como Henry Kissinger y Bill Clinton. Por supuesto, la certeza con la que Holmes les vende su visión es avasallante. ¿Y no radica ahí su verdadero genio? Entre la mentira y lo fantástico y entre la innovación y la visión de negocios: las mismas características que convirtieron a Steve Jobs en el ídolo de su generación. Para Elizabeth Holmes, la procesión por el sendero del éxito financiero significa alcanzar la vida eterna a través del mix definitivo entre ciencia y tecnología. Sin embargo, Theranos no tarda en colapsar. Nada de lo que logra se acerca ni remotamente a sus promesas, y entonces los rumores comienzan a viralizarse por el valle hasta llegar a los oídos de los inversores. Pero lo que vuelve a esta historia tan cautivante es lo evidente del engaño. ¿Cómo puede ser que tantos inversionistas hayan caído en la trampa?
Una de las respuestas de The Inventor: Out for Blood in Silicon Valley es que las inversiones dependen en gran medida de un elemento emocional que poco tiene que ver con la razón. Pero esto no explica el motivo por el cual los principales inversores y sponsors de Holmes son hombres de más de 75 años. Al fin y al cabo, ¿qué apuesta podría ser más inteligente para quienes se ubican en los bordes biológicos de la vida que intentar postergar su extinción invirtiendo en las ilusiones milagrosas de una mujer joven, hermosa e inteligente? ¿Qué gesto más exquisitamente capitalista que invertir en la eternidad? Desde ese punto de vista, lo más selecto de la gerontocracia estadounidense estaba dispuesto a amar con devoción a la sensual Holmes, y ella estaba dispuesta a retribuirlos con las últimas esperanzas tecnológicas de inmortalidad.
Es difícil considerar a Holmes una simple estafadora. Entonces, ¿dónde se ubica exactamente su figura en esta historia? Las premisas iniciales de Theranos son totalmente falsas, pero a medida que el proyecto avanza y los dólares fluyen, su determinación crece. Holmes sabe que miente, pero en algún momento, más temprano que tarde, ella misma comienza a creer su propia mentira. Esto la convierte en una auténtica artista del engaño, alguien que en su necesidad de estima recurre a diversas invenciones. Y cuando el sistema que (la) sostiene empieza a colapsar, incluso actúa como si sospechara de todos a su alrededor: lo que hace es aislarse y contratar guardaespaldas para que la protejan en su oficina blindada. Los inversores la aman aún más por estos gestos, que interpretan como los guiños excéntricos del genio demasiado consciente del poder de sus creaciones.
A pesar de su voluntad, cuando Theranos firma un acuerdo para proveer con sus servicios a Wallgreen’s, la cadena de farmacias más grande de EE. UU., la presión se vuelve insostenible. Y el colapso definitivo llega cuando dos de sus empleados del área de desarrollo científico renuncian y filtran sus historias a la prensa. La máquina de Theranos es lenta y sumamente imprecisa. Esto obliga a Holmes a usar maquinaria de la competencia para “maquillar” sus resultados, por lo cual termina en el terreno del fraude y cerca del desastre sanitario.
Un artículo en The Wall Street Journal provoca la primera inspección a gran escala de Theranos por parte del gobierno estadounidense y la farsa queda al descubierto. ¿Y qué es de la vida de Elizabeth Holmes hoy? Procesada por fraude y todavía sin sentencia, vive en San Francisco con su novio, convertida en uno de los objetivos predilectos de los paparazzi. De la aristocracia tecnológica de Silicon Valley a ícono espectacular del cinismo pop, la trayectoria vital de Holmes todavía se las arregla para alinearse con las coordenadas de éxito de las industrias más redituables del mundo. Elizabeth Holmes: segundo acto La teleología del mercado Cuando se trata de sexo y muerte, no faltan ejemplos de negocios exitosos. El temor a la muerte o su necesaria contraparte, la ilusión de una vida eterna, casi siempre resulta el argumento más seductor. En este punto, ya no se trata únicamente de prolongar la vida mediante las más diversas y extravagantes prótesis técnicas. De lo que se trata, en cambio, es de la credibilidad de un modelo de negocios y de la fe en una teleología de mercado. ¿Y no es por eso que la aceleración de desarrollos alimentados por la “visión” de ciertos genios hace que start-ups como Theranos parezcan irresistibles? El mito final detrás de estas pulsiones incontrolables del mercado es que el empuje evolutivo de la civilización –y hasta de nuestra especie– va a surgir de geeks como Holmes, incubados en los garajes de Silicon Valley entre bolsas de Doritos, Bongs y Playstations.
Mientras tanto, Internet todavía rebosa de artículos, imágenes y foros dedicados a Elizabeth Holmes, con su figura transformada ahora en un misterioso ícono pop.
Luciano Rosé es médico psiquiatra
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